¿Por qué es una buena propuesta descubrir (o releer) este comic? ¿Qué elementos en su estructura y temática marcaron un antes y un después? ¿Cuáles fueron los riesgos que encaró el guionista inglés en su llegada a DC Comics? A treinta y cinco años de su ‘reinvención’, una guía de lectura en tres partes.

Por Gabriel Reymann

Enero de 1984 marca el arribo de Alan Moore a las páginas de la revista de Swamp Thing, y el hecho de seguir hablando de ese desembarco más de tres décadas después —que seguirán siendo muchas más, claro— es factible de ser leído en tres niveles.

La primera capa de la cebolla: la década del ‘80, época dorada para el comic estadounidense por donde se lo mire. Podemos ir de los renovadores del comic de superhéroes respetuosos de la tradición de ese género (Chris Claremont, John Byrne, Roger Stern, Walt Simonson) a los iconoclastas del comic independiente, totalmente ajenos a ese género (Howard Chaykin, Dave Sim, los hermanos Hernandez). Y en alguna parte del medio está el desembarco de guionistas británicos (Neil Gaiman, Grant Morrison, Jamie Delano, Peter Milligan) que tomarían los arquetipos superheroicos y los retorcerían de maneras nunca vistas (si bien estadounidense, Frank Miller encajaría más con este último lote). Cronológica y conceptualmente Alan Moore, a través de su llegada a Swamp Thing, fue la punta de lanza de esta avanzada proveniente de las Islas.

La segunda capa de la cebolla: a la hora de hablar de relevancia dentro del campo del “terror”, se es más proclive a hablar de literatura que de comics; el radar no suele estar puesto allí, lógicamente. Pero pese a competidores del calibre de Clive Barker (ahí aparece Abby Arcane en alguna historia leyendo los Books of Blood), Alan Moore es un nombre fuerte entre los renovadores del género en esa década. Más concentrado en atmósferas que en escabrosidad o gore, el nativo de Northampton incluyó temáticas sociales (EE.UU. y su infatuación con las armas, el machismo, la ecología, el racismo), que en un contexto de historieta publicada por DC Comics destacaban aún más. ¿Pero qué tanto era el Swamp Thing de Alan Moore un comic de terror?

La tercera capa de la cebolla: si entendemos al género de terror en un relato en el cual se enfrenta a una otredad sin comportamiento racional y agresividad inexorable (aplica para Alien, Michael Myers o Pazuzu), gran parte del Swamp Thing de Moore califica dentro de este esquema, en especial dentro de la saga “American Gothic”. Pero el marco no es la cuestión de fondo: esta obra es un tótem psicodélico, entendida la psicodelia no como lisergia para pasar un buen rato sino como expansión de la conciencia humana. El principio de individuación —o cómo barrerlo tanto como sea posible—, el entendimiento de la materia como fuerza vibratoria, la pertenencia a una conciencia superior —que puede llevar o no el nombre de Dios—, el viaje a través de la propia conciencia; estos son los nudos temáticos de una historia con un mostro del pantano como protagonista.

Moore comenzó su paso por la serie regular en el número 20. Lo concluyó en el 64. La recopilación del material está distribuida en seis libros —que a su vez se podrían reagrupar en tres—; esa será la guía para recorrer la obra en esta serie de notas. Cada libro proveerá un capítulo (por lo menos: hay que hacer un recorte) en el cual detenerse, sencillamente como mojón del largo viaje, y eso será recorrido en tres notas, empezando ya mismo.


Embelesate ahora que estás vivo
Swamp Thing nº 21 – “The Anatomy Lesson” – 1984 – Dibujos de Stephen Bissette y John Totleben

La corporación Sunderland, némesis recurrente en los números previos a Alan Moore, mata (hipotéticamente) a Swamp Thing y contrata a Jason Woodrue —el villano llamado Floronic Man, también botánico— para que haga la autopsia del no-difunto. Moore da vuelta con un excelente pase de magia el origen del personaje: el científico Alec Holland no se fundió con el pantano al que cayó luego de la explosión de la fórmula biorrestaurativa que estaba investigando; Holland ya estaba muerto al caer en él, y la vegetación literalmente le comió la conciencia, para que su memoria desarrolle un cuerpo humanoide-vegetal en base a sus recuerdos (Woodrue hace el paralelismo con las planarias, las lombrices capaces de regenerarse en individuos nuevos al ser seccionadas y absorber las conciencias de otras planarias).

El general Sunderland interrumpe las advertencias de Woodrue —que descubrió que Swamp Thing no estaba muerto y se podía regenerar en breve— y paga las consecuencias: la criatura del pantano despierta, descubre los diarios del Floronic Man y, enfurecida por la revelación de su nunca existente humanidad, asesina al general.

La historia es clave por dos motivos. Primero, el replanteo del personaje; no hay más búsqueda de recuperación de la humanidad, porque nunca estuvo ahí. Mediante este subterfugio, el británico (como venía haciendo en paralelo con Miracleman en Inglaterra) puede hablar de lo metahumano, tópico por excelencia del género superheroico y adyacencias. Donde en Miracleman adopta un registro más nietzcheano-pesimista, en Swamp Thing —al menos por este momento— adopta un tono más panteísta: la criatura abandonó su humanidad pero no se volvió inhumana o cruel, sino que entregó su ser a lo hondo de la conciencia vegetal para viajar —física y mentalmente— por el tejido verde del mundo. Sentimiento oceánico, sí (difícil no hacer una comparación con una película posterior: la remake de The Fly, de David Cronenberg, también abordará esta idea de abandono de lo humano en busca de algo más allá).

Hay también en la figura de Sunderland un subtexto de crítica al materialismo neoliberal de los ‘80: un hombre jactancioso de su capacidad para acumular capital, condenado a morir por su ignorancia ante el avance imparable del verde.

En segundo lugar, “The Anatomy Lesson” es fundacional por su maestría narrativa. Contada desde el punto de vista de Woodrue, exhibe la habilidad innata de Moore tanto para construir personajes con discursividades y giros expresivos propios como para interiorizarse en sus mentes; a lo largo de la serie —aunque en escala menor— seguirá relatando desde el punto de vista de la gente común, con una construcción muy creíble y verosímil de sus miedos, pulsiones y deseos. La persecución de Swamp Thing a Sunderland es un momento de terror (la sensación de lo inexorable mencionada más arriba) con un ritmo y un frenesí implacable— excelentemente apoyado por Bissette y Totleben. Pero ya volveremos sobre ellos.


Una canción muy celular
Swamp Thing nº34 – “Rite of Spring” – 1985 – Dibujos de Stephen Bissette y John Totleben

A lo largo de su paso por la serie, Moore le otorgará centralidad a Abby Arcane. La mujer del pelo blanco y el mechón negro emergió en la serie en los ‘70 por una doble relación con el protagonista: como la esposa de Matt Cable, el agente federal encargado de perseguir a la criatura del pantano, y a través de su tío Anton, enemigo a muerte de quien fuera una vez Alec Holland. Ya en la época del inglés, la pareja está establecida como amiga del monstruo y su matrimonio se irá degradando cada vez más —situación fogoneada por el alcoholismo de Matt y su capacidad para corporizar en demonios sus visiones—; Abby se acercará cada vez más a la criatura vegetal, mientras su esposo yace en coma tras un enfrentamiento entre Anton Arcane (que volvió del infierno para usurpar el cuerpo de Cable) y Swamp Thing.

En ese conflicto fallece Abby y Swamp Thing debe viajar al reino de los muertos para rescatar el alma de su ya por entonces amada. “Rite…” narra una trama muy sencilla: sorteada la adversidad, Abby blanquea sus sentimientos a Swamp Thing y se aman —físicamente… o casi— en el pantano. Y nuevamente, dos ópticas en las cuales detenerse.

En primer lugar, el tópico de la sexualidad. Si bien carece de carácter explícito —en el acto sexual ni siquiera hay penetración o estimulación genital alguna—, el hecho de abordar el tema en un contexto de comic (no exactamente, pero casi) de superhéroes ya es un triunfo. Género desexualizado si lo había hasta ese momento —en años posteriores la sexualización se daría mayormente a través de las fantasías adolescentes hetero-masculinas: la perra para calentar al pendejo pajero, bah.

Pero más interesante que eso es el cómo. No hay penetración ni genitalidad alguna porque Swamp Thing le ofrece a Abby un tubérculo de los que produce su cuerpo para la ingesta, al mejor estilo de un hongo psicodélico. La puesta en página es muy atinada: las viñetas se abren como abanico al comienzo del viaje —para pasar a leerse de manera apaisada— y se vuelve a cerrar al fin del viaje para retomar la narrativa tradicional vertical; Abby primero experimenta el mundo como es, luego conoce a su amado para finalmente volver a captar la completitud de lo real. Arcane pierde la frontera del cuerpo —no sabe dónde termina ella y donde empieza él— y recibe toda la información del tejido de todo aquello que vive, pero sin volverse loca (a diferencia de Woodrue, previamente, y su comprensión del verde) porque está guiada y en un buen viaje. Es en efecto una consagración de la primavera en tanto celebración de la fertilidad estacional y los cambios que acusa la flora, expansión de los sentidos o no.

Los dos primeros tomos de la saga pueden interpretarse como un camino de los protagonistas (no solo Swamp Thing, Abby también) por encontrar su identidad y darse el ser. El paso siguiente será hacia afuera. //∆z