Se levanta el viento es la última película dirigida por el maestro de la animación japonesa y mundial Hayao Miyazaki.

Por Martín Escribano

Esta vez va en serio. Luego de amagar con retirarse en 2004, Miyazaki avisó que Se levanta el viento supondría su despedida definitiva como director. Una suerte de nostalgia anticipada compaña al espectador durante las más de dos horas de largometraje en el que se homenajea a Jiro Horikoshi (cuya voz en japonés es la de Hideaki Anno, creador de una tal Neon Genesis Evangelion… ¿les suena?), reconocido ingeniero aeronáutico que diseñó el avión más potente utilizado por la flota japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Ambos, Miyazaki y Horikoshi compartieron y comparten una pasión: la conquista del cielo. Los une, también, cierta similitud en cuanto a la creación del objeto de sus respectivas artes, pues tanto las películas como los aviones primero se bocetan y luego se montan.

Últimamente, Studio Ghibli viene relegando a su público infantil. Luego de esa obra perfecta que es Kaguya-hime no Monogatari (El cuento de la Princesa Kaguya, milagrosamente exhibida en las salas porteñas gracias al BAFICI) llega otra película de corte adulto. Kaze Tachinu, su título original, es una de las cintas más realistas del director en la que, si bien hay secuencias oníricas, no es posible encontrar el nivel de fantasía que poseen Ponyo y el secreto de la sirenita o El increíble castillo vagabundo. Aun así, las fuerzas de la naturaleza continúan presentes como en toda su filmografía, desde el viento al que se alude en el título hasta la grandiosa escena del terremoto de Kanto, sin duda uno de los puntos más destacables dentro de una siempre destacable animación.

De este terremoto nacerá otro sacudón, ese que golpea cuando se posan los ojos sobre el objeto amado: Naoko, personaje femenino que remite al de la madre en Mi vecino Totoro. Sin revelar las vicisitudes de su historia, Jiro y Naoko  compartirán una de las escenas más bellas de la película y acaso el último regalo que Miyazaki le brinda al alma que se aloja en nuestras retinas. Aparecerá en escena, también, el ídolo infantil de Jiro: el italiano Giovanni Caproni, pionero de la aviación italiana y protagonista exclusivo de los sueños lúcidos de Horikoshi (en los que, curiosamente, hay cámaras que filman).

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Venecia, Toronto, San Sebastián, Nueva York, Sitges… la última película de Miyazaki ha tenido su despedida mundial. Coronó el recorrido un Oscar honorífico que se suma al que el director había ganado en 2002 con El viaje de Chihiro.

En las salas del planeta la audiencia ha escuchado las palabras de Caproni: “Este será mi último sueño”. Como un don que pasa de mano en mano, de Caproni a Horikoshi y de este a Miyazaki, Kaze Tachinu es un nuevo testimonio de que gracias al maestro de la animación japonesa, el viento de la imaginación siempre se levantará en nosotros.

Es un testimonio más, y el último. Habrá que volver a su filmografía y seguir de cerca lo nuevo de Studio Ghibli. Por lo pronto, al sensei lo despedimos con una reverencia y le decimos, en japonés o en porteño: sayonara domo arigato. Adiós y muchas gracias.//z

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