Recordamos a Roberto Juarroz a 20 años de su muerte con un texto híbrido que cruza fragmentos de entrevistas y poemas. Un homenaje en primera persona. 

Por Pablo Díaz Marenghi
Ilustración de CJ Camba

 La biblioteca es el lugar que espera
Tal vez sea la espera de todos los hombres
porque también los hombres son allí diferentes
O tal vez sea la espera de que todo lo escrito
Vuelva nuevamente a escribirse

 La biblioteca, Roberto Juarroz

No abundan las biografías sobre mi persona. Las pocas que circulan por ese mastodonte fatuo llamado Internet me narran como un poeta metafísico, un bibliotecario exigente y un catedrático incurable. Circunscriben mi vida a mi labor dentro de la Universidad de Letras y el Departamento de Bibliotecología. Cuesta encontrar detalles sobre mi vida privada, mi niñez, mis primeros años en mi querido pueblo de Coronel Dorrego, aquel terruño cuasi virginal perteneciente a Sierra de la Ventana. Tampoco se recogen aspectos de mi militancia política, mis preferencias musicales o artísticas, mis comidas favoritas, anécdotas de excesos o exilio. Parecería ser que sólo fui un docente que se la pasó encerrado en una biblioteca escribiendo poesía. “Yo me he sentido atraído en primer lugar por los elementos de la naturaleza. Nací en un pueblo al borde del campo. Mi padre era jefe de la estación de ferrocarril y teníamos enfrente el horizonte abierto. En esa pequeña ciudad me acostumbré desde muy chico a los silencios. Esas noches abiertas en donde se veían las estrellas, la luna nítida, los vientos, el agua, el árbol que para mí es un protagonista de la vida. Comencé mis lecturas muy temprano. Me atrajeron cada vez más y dediqué buena parte de mi vida a eso. Mientras tanto se fue configurando como lenguaje predilecto, o elector (tal vez me eligió a mí), la poesía”. Quizá fue un hallazgo fortuito.

Siempre me encandiló la poesía. Me recuerdo de muy pequeño leyendo por primera vez versos y rimas en un libro enmohecido, de papel amarillento, que tomé prestado casi de casualidad. Siempre me fascinó ese modo de expresión. Desde un primer momento, con mis producciones más novatas, sentía ese caudal inagotable de transmisión de sensaciones y modos de ver el mundo conformado por palabras. “Sentí también que comúnmente vivimos en un espacio pequeño de la realidad, un segmento diminuto. No es que no sea realidad lo que se hace: todo es realidad, pero vivimos al costado, con las fronteras muy cerca, muy limitadamente. La poesía tiene como objeto inmediato, básico, producir una fractura y ésta consiste en quebrar la escala consuetudinaria, la escala repetitiva, empequeñecida de lo real. Es abrir la realidad y proyectarla”.

“El fondo de las cosas no es la muerte o la vida / El fondo es otra cosa/ que alguna vez sale a la orilla”. Nunca me interesó darle títulos a mis poesías. Todos están numerados y forman parte de lo que supe llamar Poesía Vertical, no se si es una gran obra pero podríamos decir que es mi obra capital, mi legado. Me perfeccioné en La Sorbona y fui docente durante 30 años de la Facultad de Letras, mi segundo hogar. Sin embargo fue el lenguaje poético el cual me atrapó para siempre. “Creo que esta metamorfosis que es la expresión humana no está hecha sólo de espíritu, ni de materia, ni sólo de sentidos. Creo que es catastrófico que se separe el poder mental del hombre, de la inteligencia, o de la imaginación. Todo lo que constituya un elemento divisor, partidor, es negativo para concebir al ser humano. Uno de los fines de la poesía es volver a reunir todo lo que el hombre es y hablar desde todo lo que lo constituye. Alguien señaló que Miguel Hernández, el poeta español, había conseguido un lenguaje casi corporal, que había integrado en la poesía hasta el propio físico. En esa conversión casi química, en esa alquimia del verbo, como decía Arthur Rimbaud, el hombre debe acceder de una manera o de otra, a que la integridad de su ser, se juegue en la integridad del poema”.

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Mi segunda gran pasión fue el oficio de bibliotecario, el cual lo ejercí durante años en la Facultad y también para la UNESCO y la OEA: “La biblioteca/  El aire es allí diferente / Está erizado todo por una corriente/ Que no viene de este o aquel texto / Sino que los enlaza a todos / Como un círculo mágico./ El silencio es allí diferente /Todo el amor reunido, todo el miedo reunido / Todo el pensar reunido, casi toda la muerte / Casi toda la vida y además todo el sueño / Que pudo despejarse del árbol de la noche /Y el sonido es allí diferente /Hay que aprender a oírlo / Como se oye una música sin ningún instrumento”. Me la pasaba confeccionando fichas, etiquetas y nuevos sistemas de organización de libros. Entre descanso y descanso, detrás de fichas viejas o en papeles perdidos, escribía mis poemas.

Recibí muchos premios que hoy son polvo. Ni vale la pena mencionarlos. Mi nombre circula de manera efímera en algún que otro pasillo universitario. Algunas placas y monumentos me conmemoran pero no gozo de la popularidad de otros artífices de la poesía. “Pienso que en este momento/ tal vez nadie en el universo piensa en mí /  que sólo yo me pienso /  y si ahora muriese, nadie, ni yo, me pensaría /Y aquí empieza el abismo / como cuando me duermo /  Soy mi propio sostén y me lo quito / Contribuyo a tapizar de ausencia todo / Tal vez sea por esto / que pensar en un hombre /se parece a salvarlo.”

El destino supo encontrarme en la zona sur, Temperley, a la hora de dar mis últimos suspiros. Quizás producto de ese mismo azar que unió a un niño hijo de ferroviario con un libro de poesía prestado. “Los científicos hablan de un principio al que han llamado Serendipia, que parte de la historia de un apólogo oriental. Según esta leyenda, una princesa tiene tres pretendientes y cada uno de ellos le ofrece los más valiosos regalos para seducirla y así ser elegido en matrimonio. Pero ella no acepta tales dádivas y en cambio encomienda a sus pretendientes la búsqueda de determinados objetos que supone una verdadera aventura, una ardua odisea. Entonces parten los tres. En sus respectivos viajes no encuentran lo que se les ha pedido. Sin embargo, regresan con ciertos objetos que han hallado y que resultan más valiosos que aquellos otros inicialmente requeridos. En el transcurso de sus búsquedas estuvieron tan enamorados, tan deseosos, tan abiertos a encontrar algo, que dieron con lo que no estaba previsto. El hallar lo que no estaba previsto supone la disponibilidad y ella es una de las claves más altas de la poesía”.//z

Roberto Juarróz nació en Coronel Dorrego el 5 de octubre de 1925 y falleció a los 70 años un 31 de marzo de 1995 en Temperley. La mayor parte de su obra poética se recopila en Poesía Vertical, cuyo último volumen se publicó en 1994. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires y dirigió el Departamento de Bibliotecología y Documentación de la misma entre 1971 y 1984. Trabajó como bibliotecólogo para la UNESCO y la OEA en diversos países y entre 1958 y 1965 dirigió veinte números de la revista Poesía = Poesía junto con Mario Morales. Este texto fue escrito, en parte, con fragmentos de poemas y entrevistas del autor.