En el universo Dalí, la pintura y el cine se fusionaron y dieron lugar a cinco increíbles películas que contaron con su sello personal. Una guía por las obras que ningún cinéfilo o amante del arte puede dejar de ver.

Por Nayla Madia

Mundialmente conocido como pintor, vanguardista, iconoclasta, excéntrico y provocador por naturaleza, el espíritu artístico de Salvador Dalí no tenía límites. Además de su pasión por el lienzo y el pincel, desde su juventud el maestro surrealista mantuvo un romance apasionado con el séptimo arte. Solía afirmar que “solo el cine puede analizar eficientemente cada uno de los movimientos del pintor y ofrecerle al espectador el desarrollo de las sucesivas fases de la pintura. Ferviente defensor de la modernidad, mediante el arte cinematográfico el artista catalán logró potencializar su lado visionario y plasmar de manera dinámica miedos, fantasías y deseos, mezclando el discurso onírico con imágenes metafóricas.

Gracias a su amistad con el cineasta Luis Buñuel, Dalí debutó como guionista en Un perro andaluz (1929). A pesar del título, la cinta poco tiene que ver con las aventuras de  un can y  lejos está de mostrar algo vinculado a Andalucía. Se trata de un cortometraje de diecisiete minutos, surgido a raíz de una charla de café, donde ambos artistas españoles confiesan los sueños que habían tenido la noche anterior. El resultado fue uno de los primeros films surrealistas del siglo XX, desarrollado  mediante una sucesión de planos que a los ojos del espectador se convierten en un torbellino de sensaciones: una mano llena de hormigas, una navaja en un primer plano seccionando el ojo de una mujer y una nube que cruza la luna son algunas de las imágenes que se suceden en pantalla de modo atemporal, en forma de saltos que simulan alucinaciones. La premisa que guiaba todas las secuencias se relacionaba con impedir que las imágenes pudiesen dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural.

El éxito del cortometraje motivó a Dalí a contribuir en la realización de una segunda película, más audaz que la primera: La edad de oro (L’Âge d’or), realizada en 1930. Se trató de un film que provocó un gran escándalo debido a que sus escenas planteaban, en tono ácido y poético, una crítica social en relación a la explotación del hombre por el hombre y a la cultura burguesa. Por otra parte, el film proponía una segunda lectura en clave romántica, estableciendo una exaltación ante el amour fou (amor loco, libre de todo prejuicio). A través de la yuxtaposición de imágenes que aludían a pulsiones desenfrenadas se denunciaban los condicionamientos sociales, las prohibiciones y tabúes que las obstaculizan.

Dalí siempre iba un paso más allá del mundo que lo rodeaba, tanto en lo social como en lo ético y estético. Quince años después, estableció contacto con Walt Disney. En 1945, el genial artista catalán fue convocado para realizar el cortometraje animado Destino, que significaba para él la culminación de “el sueño americano”. Finalmente, el proyecto no pudo ser llevado a cabo: The Walt Disney Company atravesaba una gran crisis económica, por lo cual se postergó indefinidamente. Sin embargo, en 2003 Roy Disney (nieto) decidió recuperar el corto, basándose en los bocetos e instrucciones que había dejado Dalí. La película fue bien aceptada por la crítica, que la describió como “una explosión mágica”.

Paralelamente, Dalí contribuyó en Spellbound (1945), del director Alfred Hitchcock. Los fabulosos decorados que elaboró el artista desarrollan una secuencia de regresión hipotética en la que, tras la aparición de una diosa griega, el personaje que encarna Gregory Peck revela sus sueños para interpretarlos bajo la acción de la psiquiatría. La secuencia fue trabajada por el pintor durante casi un mes. El objetivo de Dalí era mostrar cómo la represión de experiencias podía conducir a la neurosis. A pesar de la acusación de propagar conductas antisociales, el multifacético artista español nunca mantuvo una autocensura respecto a su carrera artística.

La última película en la que colaboró fue Impressions de la Haute Mongolie (1975 ), donde Dalí se coloca del otro lado de la pantalla e incursiona como protagonista al abrir las puertas de su museo para luego presentar, con un misterioso mapa, la aventura de una expedición en busca de un gigantesco hongo alucinógeno.

Contribuyendo con películas de Hollywood, experimentando en el rol de guionista, protagonizando aventuras o explorando con entusiasmo la animación, Dalí puso el cine al servicio de la imaginación y dejó un legado de imágenes sorprendentes que sirve de inspiración a miles de cineastas contemporáneos. Acceder a sus obras como espectadores es una invitación a soñar con los ojos bien abiertos. //∆z