Di Caprio lo pasa peor que Gaudio gracias a Iñárritu, que busca ganar su segundo Oscar consecutivo como director con El Renacido.

Por Martín Escribano

Hace casi un año publicábamos la crítica de Birdman cuyo título completo es Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia.  El título implícito de El renacido bien podría ser El Renacido o corrección política para todos y todas.

Se ha hablado mucho de lo último de Iñárritu cuyo guión está basado de manera libre en la novela de Michael Punke que ficcionaliza la historia real de Hugh Glass, un famoso trampero, cazador y comerciante de pieles que vivió entre 1780 y 1833 en el Oeste de los EE.UU.

El Glass de Di Caprio es un poco Moisés y otro poco Jesús. Primero porque debe liderar a su gente hacia esa tierra prometida que es el Fuerte Kiowa y luego porque tendrá que enfrentar un verdadero vía crucis que incluye enfrentarse a una osa enfurecida, sobreponerse a la traición de los suyos, al asedio de los indios, a la parálisis, a la muerte de seres queridos, a inclemencias climáticas, a ríos caudalosos, a intentos de entierro, y a alguna que otra caída gratuita. No habría problema si se tratara de una película de supervivencia, como la reciente y recomendable Everest, de Baltasar Kormákur, pero Iñárritu sigue queriendo demostrar que es cool (y no, no lo decimos porque haya decidido someter a sus actores y a su equipo técnico a filmar con veinte grados bajo cero). Vuelve a tomar el camino del regodeo y el exceso formal: mucho travelling porque sí, mucho plano contrapicado para retratar el oh-frío-y-salvaje-aunque-poético-bosque. Ni hablar de la duración del film, al que, si se le quitaran los momentos new age a la Terrence Malick donde se susurran palabras supuestamente significativas en rituales risibles o donde los indios hacen su descargo como especie invadida por los malvados blancos que solo quieren saquear, violar y robar, el espectador se ahorraría por lo menos cuarenta minutos. Iñárritu, sin embargo, va más allá, y la pueril dicotomía entre los indios buenos y los blancos malos se esfuma frente a un cartel en el que se lee explícitamente: “todos somos salvajes”. Para el director de Babel y Amores perros somos meros animales apolíticos. Lecturas pobres si las hay.

Resulta curioso que se hable de las condiciones extremas a la hora de filmar. ¿La película vale más si demanda sufrimiento a la hora de filmarse? No. Una película vale por sí misma y es por eso que Iñárritu falla allí donde triunfaron Francis Ford Coppola y Werner Herzog, que han filmado en condiciones similares pero han sabido entregar verdaderos hitos como Apocalipsis Now y Fitzcarraldo.

Se ha dicho en tuiter que “hasta la nieve sobreactúa en The Revenant”. Pues sí, pero quizás recordemos a El renacido como la película que le valió a Di Caprio su ansiado y demorado Oscar. Será una anécdota.

El director mexicano, que busca ganar su segunda estatuilla consecutiva como director (algo que solo lograron Ford y Joseph Mankiewicz y que no ocurre desde 1950), sigue más preocupado por el tamaño de sus películas que por el cine. Alguien que por favor le explique que una cosa es tenerla grande y otra, muy distinta, saber coger.//∆z