El cuarteto abrió el año y demostró porqué siguen siendo una de las maravillas escondidas de la escena pesada nacional, y también porqué el salón Pueyrredón hace rato les quedó chico.

Crónica y fotos de Pablo Lakatos

El escenario del salón Pueyrredón es chico, y está mal iluminado. El telón está cerrado. Son las once, y en pocos minutos Taura dará la patada inicial a su intenso primer show del 2012. El Fin Del Color, su tercer disco, se puede encontrar en las bateas desde fin del año pasado ya, y la presentación en sociedad no podía hacerse esperar más.

¿Qué esperar? El Fin Del Color es la tercera placa de Taura y muestra un quiebre en la banda. El estoner de Mil Silencios aparece escondido, o tapado, ya no como objetivo sino como cimiento: permite a las composiciones (cortas, intensas, directas, como es el signo de la banda) elevarse. Más técnicas y virtuosas, más ajustadas y dirigidas, las canciones dejan atrás el puro olor a porro y se inundan de una sonoridad nueva, novedosa, un (ya no) color que recuerda a Deftones y a pocas cosas más. Pero quizás lo más significativo, lo más rupturista -si consideramos que esta solía ser una de las bandas del desaparecido Días De Garage Records-, es la mezcla: el álbum suena a delicia. Las guitarras de Santiago, coloridas, trabajan infinitos matices de gris. El bajo, profundo, corpulento, hiperactivo de Leo se envuelve con los certeros golpes a los parches de Alejo formando un espeso pero traslucido cuerpo.

Venosa, muscular, la música de Taura no se diferencia mucho del animal al que su nombre invoca (Perdón a los músicos y a los lectores, pero si le ponen Taura a su banda, nunca voy a poder dejar hablar de toros). Imaginen una fotografía del lomo de un toro. Su espalda, envuelta en cuero no esconde relajados músculos que sin embargo no abandonan esa fuerza bestial; las patas inmensas pisan firme sobre el suelo, levantan polvo, mientras un hocico sucio, magro, devora tranquilo el pasto. El toro, descomunal fuerza de la naturaleza, es, como todas las descomunales fuerzas de la naturaleza, pura armonía, puro sistema bello e inteligente. El toro, como el mar, puede ser calma y gracia serena, y en un segundo destruirnos con infinitas pisadas que pulverizan cráneos.

La música de Taura, compleja pero pensada, virtuosa pero medida, tan pesada como preocupada por encontrar una melodía honesta, provee el marco perfecto para que la voz de Chaimon explote, vuele hasta nosotros. Y lo hace. La mezcla del disco tiene las voces bien arriba, bien presentes, en primer plano. Al mismo tiempo, el trabajo vocal es riesgoso: desdeñando el grito estridente y la garganta áspera y borracha el otrora cantante de Vrede se sumerge en esas raices Hardcore para encontrar al Emo que todo Jarcor tiene adentro (porque todo Hardcore bardero y violento tiene adentro un Emo asustado y lastimado) y traer ese espíritu sentido a El Fin Del Color. El prejuicio asqueroso, resentido, dirá que se vendieron, que quieren sonar como Cabezones, que quieren guita. Una escuchada más atenta, un oído lavado de preconceptos, en cambio, podría notar una voluntad de crisis importante, una pregunta que es más un desafío a toda la escena desde Ciudad de Brahman (de los desaparecidos Los Natas) hacia acá: ¿Son realmente incomulgables un metal intenso, valvular y unas voces sentidas, afectadas?

Ya devuelta en el salón, un viernes 16 de Marzo de 2012, a las once y cuarto el telón se descorre y Taura da su primera patada en la nuca. El delicioso y categórico riff de “No Luz” vuela desde los parlantes y nos destruye la cabeza a los presentes. ¡TANATA TA! y detrás el bombo de la batería que acompaña. Intensidad al mil por ciento. ¡TA TA TA TA! Alejo hace chillar a su batería y el primer quiebre. Chaimon explota en escena, su cuerpo se retuerce delirante, hacia delante, hacia atrás, se va sobre los retornos “MI CORAZON / ES TORMENTA QUE NO DESCANSA / MI CORAZÓN / ESTALLA”. Y la pregunta está contestada.

No suenan igual. Todo disco de estudio es eso: un disco pulido, procesado, drenado de esa energía tan propia del vivo. De la misma manera, la banda no suena igual. Taura modifica la mezcla y la voz de Chaimon nace de entre la música, ya no vuela sobre ella afectada si no que surge, combustiona, ESTALLA desde el núcleo mismo de la banda. Y en ese proceso, que la humaniza, la ata unas coordenadas espacio-temporales precisas, no pierde ni un ápice de la emoción que El Fin Del Color prometía. Aún más, felicidad: Chaimón pisa rotundo, se planta firme y actualiza las canciones. El nuevo disco es presentado en vivo, tanto la banda como las canciones están listos, en pie de guerra. Todo el sentimiento que el disco alojaba está en escena, y sentimiento como es, está atravesado por el momento, interpelado, renovado, existiendo.

A lo largo de la noche presentarán ocho de las doce canciones de su último disco. El recital es intenso y fugaz. O es que a mí se me pasó así, en segundos. “Sueños Que Desesperan” desarma con esa métrica entrecortada, y es definitivamente la mejor continuación para la previa “Mi Mejor Lugar”. El estoner del pasado (de Huesped, de Mil Silencios) se cuela entre los acordes, se forma en la memoria, y se representa con este y tres temas más (“Soportar”, “Mi Refugio” y “La Venganza Del Sol”). El riff circular de “Sueños…” parece ser la actualización de “Mi Mejor…”, como si la capa de neblina y drogas se fuera corriendo, dejándonos ver y sentir la piel y la sangre de Taura. En el puente del tema, Leo presenta una llanura intranquila, bailarina sobre la que Santiago libera recatadas estampidas de guitarra. Ya para el final de la noche los magníficos quiebres ultra progresivos de “Hombros Abatidos” funcionarán de manera similar, encontrando su forma justa en la mesura, haciendo el mayor efecto cuanto más contenida es su demencia.

Chaimon baila constantemente, se hace imposible sacarle una foto definida. Alejo y Leo son dos soldados, precisos, mortalmente eficaces. Construyen un universo nuevo, son quizás los principales responsables de que yo abandone mi cerebro, de que de repente hayan pasado casi 45 minutos y ni me haya dado cuenta. Santiago antes estaba en una banda de rock progresivo y tiene una clarísima preferencia por el tapping. Y si “En las Vertebras” es diagnóstico de algo, por los riffs destructores. Promediando la noche, “200 días” baja la intensidad, y da un pequeño respiro. Que dura apenas hasta el estribillo. El primer corte de difusión de El Fin Del Color, reproduce en vivo esa afección abandonada, esa espera dolorosa que se transmuta en catarsis. La formula se invierte y en la maravillosa “A Cántaros” la música catártica (cataratica) envuelve al Chaimon más dulce, más dedicado. Dentro del Salón las nubes se condensan y esa tormenta que ilustra la tapa del disco se materializa. La guitarra se vuelve francotiradora, y delicada, inunda el puente de gotas que se transforman en el riff para la estrofa final. Y así, sin descanso, sin respiro comienza ese otro riff, más rutero, el de “Hombros Abatidos”. El público hipnotizado hace vaya uno a saber cuánto obedece con la cabeza, headbanguea, y llega ese hermoso quiebre múltiple. Sonrío. Lo escuché tanto en mi casa… Verlos en vivo, darse esas pausas mínimas, ese aire, ese silencio que prepara la caída.

La noche termina rápido, queda no más el recuerdo del rock y una brillante promesa. 31 de Mayo, Taura hace su primera Trastienda. Si esta noche fue alguna indicación, la fiesta que nos espera, eh.