A raíz de la próxima publicación en un solo volumen de las tres novelas que publicó por Metalúcida Editora, hablamos con el escritor sobre la construcción de sus personajes, la importancia de la música y el ritmo en la narración y el río Paraná como presencia en la tradición literaria.  

Por Magalí Sequera

Foto por Alejandro Jandry II

Pablo Forcinito (Lanús, 1978) afiló su pluma a través de la poesía, sin publicarla jamás. No es extraño, entonces, que antes de iniciar esta entrevista, en una charla informal, disfrute cuando habla sobre sus versos de tango preferidos.

En 2014 la editorial independiente Metalúcida publicó En tu mundo raro y por ti aprendí, el primer volumen de lo que sería una trilogía. Un año más tarde siguió Paraná, y concluyó en 2016 con La orilla de los encantados. Un mismo protagonista las une: Enrique Santos, también llamado “Paraná”, un joven serial killer del Conurbano. El adolescente, movido por una violencia insaciable, mata seis veces, sin razón aparente ni compasión alguna. En las primeras líneas de Paraná aparece una razón. Ahí se dibuja el retrato de un asesino que, sediento de venganza, emprende camino por Entre Ríos, Corrientes y Chaco en una búsqueda desenfrenada por su padre. La orilla de los encantados se diferencia de los dos libros anteriores por su tono y su ritmo. El lector está sumido en un espacio-tiempo extraño, descontrolado, delirante.

AZ: Entre 2014 y 2016 publicaste la trilogía, y ahora se está por reunir en un solo volumen. ¿Por qué?

Pablo Forcinito: Publicarlo en un solo libro me parece que le permite ganar en matices. La novela impone un vértigo que, en un solo libro, me parece interesante. También realicé ajustes en la primera y segunda parte. En la primera, opera más lo que decía Chejov de “contar desde la pura acción”. En la segunda, en cambio, hay un enfoque más introspectivo. Trabajé una línea narrativa más fuerte con la primera parte. En Paraná, se habla de un fantasma tuerto, Sebastián, que se va haciendo más visible a medida que el lector avanza. Fantasma que vuelve definitivamente en La orilla…. Estos son los ajustes que les hice, ya teniendo en cuenta las tres novelas en una sola historia. También quise trabajar este derrumbe de la conciencia –que ya se empieza a ver en la segunda parte de manera más fuerte con esa otra voz que juega con Paraná y que le conversa, que va apareciendo casi como síntoma de locura, sin nombrarla.

AZ: ¿Podrías comentar el carácter policial de las tres novelas? ¿Hasta qué punto encaja en este género?

PF: La primera parte es un policial sin policías, pero hay un asesino en serie, investigaciones, etc. Sin embargo, no está metido el Estado como responsable, salvo en la tercera parte y de forma más fugaz, siendo la novela la menos policial de todas. La segunda parte es más una novela de venganza, de persecución digamos. Tal vez sea la que más se adapta a lo que se llama thriller, y es también la más lineal de todas. La tercera, en cambio, es más lyncheana. Tuve presente la adaptación de (la novela de Barry Gifford) Corazón salvaje (1990), con Nicholas Cage y Laura Dern. Esa presencia del demonio, que no se sabe muy bien dónde está, así como la aparición mística de Saylor (Nicholas Cage), la bruja blanca, en la película de Lynch. La orilla… la trabajé desde lo onírico, con ese viaje afiebrado que emprende Paraná.

AZ: El protagonista, joven entrerriano que ha crecido en el Conurbano, tiene por así decirlo una identidad multifacética. Se mencionan una serie de nombres o sobrenombres -Enrique, Paraná, Pirania3D (en el chat), Lucas, El Ladrón de orejas- que lo retratan como un asesino de identidad inasible.

PF: De los múltiples nombres que va teniendo, algunos se los ponen: los compañeros del colegio son los que le dan el sobrenombre de Paraná. El Ladrón de Orejas se lo pone la policía. Pero hay otros nombres que se los da él para mantenerse oculto, como Lucas Soria (en Paraná). Este nombre es un guiño a Henry Lee Lucas, un asesino en serie norteamericano. Hubo una gran película sobre él, Henry, retrato de un asesino (de John MacNaughton, 1990). De hecho, Paraná se llama Enrique también, su verdadero nombre. Paraná tiene esta tensión: es un sádico, despreciable, pero a su vez se va generando cierta empatía con el lector, que hasta puede llegar a ponerse del lado del personaje y desear su salvación. No es un personaje lineal que genera empatía constantemente, y la multiplicidad de nombres participa en esa complejidad del personaje.

AZ: Paraná está claramente vinculado al río del mismo nombre. El Paraná tiene una larga tradición en la literatura ríoplatense (pienso en Sudeste de Haroldo Conti, “A la deriva”, de Horacio Quiroga). ¿Cómo trabajaste su figura?

PF: Efectivamente, tuve más presente “A la deriva” en la tercera parte. De hecho, el padre de Paraná se llama Alvez, que es el nombre del compadre por quien pide el protagonista del cuento de Quiroga. Claro que en la tercera parte está la idea general de ir a la deriva, con ese extraño delirio que tiene el protagonista. Sudeste es una novela que me gusta mucho, también, obviamente. Pero se puede recordar la presencia del río en (Juan José) Saer y en la poesía de Juan L. Ortiz, en la que el río Paraná es la base misma, es la visión del mundo. Pensando en la poesía, me interesaba ese límite entre la poesía y la brutalidad, la rudeza del río. Me gustó explorar ese límite a lo largo de la tercera novela. Hay una visión muy contemplativa del paisaje del río Paraná que me pareció interesante contraponer con la violencia del personaje Paraná.

AZ: A medida que pasa por las distintas ciudades, el protagonista va remontando de alguna manera el río, como yendo al corazón de su historia personal, en busca del padre, aunque sea sádica.

PF: Sí, va enfrentándose, poniendo el pecho. Hay una lucha de Paraná con el paisaje y con su propia historia de venganza con el padre.

AZ: Siguiendo el hilo de la geografía de la trilogía, desde la primera parte hasta la tercera, viajamos del Conurbano hasta el Chaco. ¿Te sentirías identificado con una “literatura del litoral”, como la de Selva Almada, por ejemplo?

PF: Sí, me siento identificado en la medida en que exploro puntualmente esa geografía, pero no me regodeo en ella en otros libros. Me gusta pasar por los lugares, pero no quedarme. La primera parte sucede en el Conurbano, que está al margen de la centralidad. Luego, se va más al margen, con la provincia. En Ladrilleros (de Selva Almada, publicada por Mardulce en 2013), que no había leído hasta hace poco, encuentro resonancias, búsquedas comunes. Hay una brutalidad del lenguaje, un contar afiebrado.

 

AZ: Para indagar un poco más en lo geográfico: hay un tratamiento constante del cruce, lo lindante, de la frontera. Paraná siempre cruza los límites, se adentra en los espacios vedados, que van más allá (de los rieles, de las ciudades, del río).

PF: La frontera… la pienso más en términos de cómo se desplaza, cómo se va alejando el protagonista de la centralidad. En términos morales y territoriales, Paraná siempre va pasando. En En tu mundo… se aleja del colegio para ir a zonas marginales: después de los rieles, en los terrenos baldíos, en las zonas de prostitución. En Paraná ya pasa a la provincia periférica. O sea que se va adentrando hacia el “corazón de las tinieblas”, en términos literarios. Y en la tercera parte, paisaje y espíritu se complementan absolutamente.

AZ: Si hay un carácter lindante en lo geográfico, también lo encontramos en lo sexual. Con Paraná y Sebastián se aborda el tema de la homosexualidad, por una parte, y por la otra aparece con ella la de Eros y Thánatos. En la novela En tu mundo…, cada acto o tensión sexual que hay entre los dos llega a la par de un asesinato. ¿Cómo lo trabajaste?

PF: Son básicamente pulsiones, por las que los dos se van sintiendo atraídos y se enlazan. Las actividades de Paraná lo seducen a Seba, en el morbo, lo fetiche (con las orejas de sus víctimas, que conserva). Son las regiones oscuras de la sensibilidad de los personajes.

AZ: Al final de la primera parte de la trilogía, Paraná le da el beso de la muerte, casi literalmente, a Seba.

PF: Ese beso es la culminación de esa locura. Para el personaje de Seba, también recordé a San Sebastián, que vive un doble martirio. San Sebastián no muere por las flechas, gracias a los cuidados de una mujer. Tras su restablecimiento, es azotado hasta la muerte, por eso se habla de doble martirio. Y se volvió también un personaje de la iconografía gay. De hecho, recordé mucho la obra de Tenessee Williams, De repente, el último verano (1958), que también fue un peliculón con la adaptación de (Joseph L.) Mankiewicz. Volviendo a los referentes del catolicismo, también se encuentran con la figura del curandero en la tercera parte, la ciudad de Itatí (ciudad de peregrinación), así como la presencia del Gauchito Gil en la segunda parte. Traté estos santos populares, pero sin indagar demasiado, porque son tratados por cierta generación de autores argentinos. En suma, los trato más como lugares reconocibles para el lector.

AZ: La música es un elemento esencial en el primer volumen, con la serie de títulos de música popular de cumbia o boleros. De hecho, el título es un verso de “Tú me acostumbraste”. Pero en los volúmenes siguientes es una presencia menguante; las primeras líneas de La orilla… mencionan una canción de cuna, que podría ser más bien de sepultura. ¿Por qué las referencias musicales eran tan importantes y cómo participaron del ritmo de la narración?

PF: En la primera, la música forma parte de generar un estado de cosas. Los ambientes que se trabajan ahí: por ejemplo, la bailanta El Tropi. Son espacios que son muy difíciles de dejar de lado. No hay que olvidar que la novela trata también los espacios populares, entonces no nombrar a la cumbia iba a ser como faltar a lo verosímil. Es la música popular que tiene que ver con los espacios de ocio de las masas. Está Gilda, por ejemplo. Con las cumbias también se juega con esa dosis de cursilería. Hasta podría hablar de una búsqueda de poesía ligada a la manera de expresar los sentimientos, encarnada por el personaje trans de Ailín. Hay también una identificación que tiene que ver con el lugar. Sebastián, que es más “intelectual”, que lee, consume otro tipo de música, escucha a Los Ramones… El título de la primera parte, que es una referencia a un bolero de Frank Domínguez de 1957, retoma el tema que suena de Luis Miguel –un cantante en tiempo de no cantantes. Se trata de colmar una necesidad básica de sentimentalismo, al menos la mía. En cuanto al ritmo, hay una cadencia en la que se apoyan los diálogos.

AZ: Sí, de hecho hay un tema de Gilda que suena en la radio durante el encuentro entre Paraná y Ailín en el auto. La letra –no mencionada en la novela– dice: “Quisiera no decir adiós, pero tengo que marcharme, porque vas a matarme”. La letra sotto voce es profética de lo que le va a pasar a Ailín.

PF: Sí, exacto. También aparece un tema interpretado por Los Charros que habla de Romeo y Julieta (“Amores como el nuestro”), es una experiencia profundamente cursi o cursimente profunda. Puede haber una profundidad en la cursilería. Es un oxímoron que se potencia. Digamos que con la pareja Paraná-Ailín quería injertar ese grado de sentimentalismo en la novela.

AZ: Precisamente, en cuanto al ritmo, la narración es cada vez más trabajada a lo largo de las tres novelas. Empezamos con un tipo de narración clásica, en el segundo se intercala una frase-estribillo que se completa a medida que aparece y que tiene un peso en el final. En el tercer volumen, las voces narrativas son mucho más libres y participan del estado de delirio de Paraná. ¿Podrías comentar este trabajo de voces?

PF: Ese trabajo de la narración tiene que ver con ese derrumbe de la conciencia. La primera es la más teatral de todas. En la segunda, ya aparece la segunda persona, un Paraná conversando consigo mismo, pero al mismo tiempo hay un léxico que no usaría Paraná. Ahí aparece la cuestión del desdoble en la personalidad, como elemento perturbador, que se va haciendo más fuerte hacia el final de la novela. En ese final también hay un juego entre los botes y los ataúdes, ambos mecen.

AZ: Es más, por momentos el río se parece a un Aqueronte chaqueño. Paraná a la deriva en el Aqueronte con Caronte, representado por el personaje del curandero en la novela.

PF: Sí, es un río que lo transporta a su propio infierno. En la tercera parte reforcé las voces, fragmentando cada vez más la narración. La primera es monolítica, en la segunda hay un quiebre, y en la tercera una atomización. De hecho, lo refuerzo en esta entrega de un solo volumen.

AZ: Por último, Pablo, ¿en qué estás trabajando para tu próxima publicación?

PF: Tengo una novela para publicar, que es la última que escribí, que juega con un protagonista que está en las antípodas de Paraná. A su vez, el argumento tiene que ver más con el transcurrir en la vida de un sujeto que no es un ser excepcional. Una suerte de “policial naif”, si es que se puede definir de alguna manera. Me gusta ir a contracorriente –nunca mejor dicho– de lo que me había propuesto con Paraná. //∆z