Ambientalismo hipster, americanización edulcorada y un paso por Cannes que dio que hablar. La co-producción coreano-estadounidense lleva a la pantalla de Netflix una aventura fantástica que dialoga tanto con el público infantil como con el adulto con una trama igual de irónica como enternecedora.

Por Iván Piroso Soler

Es difícil pensar en un cambio de etapa tan notorio como el de un cine que se achica cada vez más. Que no se malinterprete: la del séptimo arte es una industria que no para de pesar el dinero, ya ni siquiera contarlo. Lejos de entrar en una crisis (al menos financiera, mejor no hablar de la creativa), el cine es un mercado en constante expansión. Cuando hablamos de achicarse, nos referimos a la plataforma: cada vez de manera más veloz las producciones están salteando su estreno en pantallas grandes para ser realizados en su versión online, por streaming. Tal es el caso de la última obra del cineasta sur-coreano Bong Joon-ho, Okja, su sexto largometraje. Estrenada en julio en Netflix, la película que co-dirigió con el estadounidense Jon Ronson, levantó un número nada despreciable de críticas al llevarse la Palma de Oro en Cannes sin haberse estrenado en el tradicional formato de salas comerciales. Esto encendió el debate acerca de si es aceptable que las películas que pasen por el festival prescindieran de la habitual manera de darse a conocer, como lo venía siendo hasta hace no mucho tiempo.

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¿Cómo pudo este tierno relato de una niña coreana dispuesta a todo por rescatar a su anormalmente gigante mascota levantar tanto revuelo? En primer lugar, debemos decir que la manera de contar la historia que adoptó Joon-ho es, cuanto menos, interesante. Ambientada casi de la misma manera en Corea como en Estados Unidos, el relato no subestima la crisis por la que pasa Mija, una niña de 12 años que vive en la cina de una montaña en la remota región de Gangwon. Allí, su abuelo crió a Okja, una especie de cerdo-rinoceronte creado por medio de manipulación genética por la corporación Mirando. Con la intención de reformular su imagen, la nueva CEO de esta gigantesca empresa se embarca en un plan de 10 años que consiste en criar unos cerdos gigantes que puedan alimentar a una gran cantidad de personas a un bajo costo y, así, cooperar con una reestructuración corporativa eco-friendly. Tras 10 años criando a este animal, la corporación -a través de un conductor televisivo a-la-Marley llamado Johnny Wilcox y genialmente interpretado por Jake Gyllenhaal- va en su búsqueda para llevarlo a su sede central en Nueva York para así experimentar con él y poder entrar en la fase final del relanzamiento de la marca. Lejos está de los planes de Mirando Corp. cruzarse con Mija, está niña coreana dispuesta a darlo todo por Okja; y con el Frente de Liberación Animal, una organización animalista que busca mostrarle al mundo la crueldad con la que se maneja la empresa desde el interior de su vientre.

Por muchos años se intentó contar de manera inteligente la problemática ambiental en el cine, no siempre se lo hizo de una manera que no deje al espectador con la sensación de haber recibido una inyección de moralina innecesaria. Tal fue el caso de la fallida Fast Food Nation, de Richard Linklater, o los múltiples documentales disponibles en la propia plataforma Netflix, que en muchos casos llevan a la parálisis tras lo explícito del tratamiento en lugar de dar lugar a argumentos fuertes alrededor de una temática tan sensible como el maltrato animal. Al igual que en Snowpiercer y la lucha de clases, Bong Joon-ho cuenta a partir de un relato bien estructurado la manera en la que las corporaciones intentan ocultar la voracidad con la que destruyen el medioambiente detrás de un rostro aparentemente amable con el entorno.

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Corea del Sur registra la mayor tasa de suicidios del mundo. Numerosos filósofos y psicólogos intentan resolver el enigma: ¿por qué el país que más avanza en la carrera tecnológica mundial, con las consecuentes comodidades que ello lleva, no logra frenar la depresión de una juventud que encuentra en la muerte voluntaria la mejor opción? En el medio del frenético secuestro que efectúa el Frente de Liberación Animal, el chofer que lleva en el camión de la empresa al super cerdo Okja elige, con mucha tranquilidad, prácticamente entregar al animal a los designios de los jóvenes extremistas. Su jefe le pregunta anonadado por qué no ofreció resistencia y, encima, optó por chocar el camión de su empleador. “Es el camión de la empresa, no el mío” fue la respuesta del proletario. Empapado de la lucha de clases, el director de la película que se alzó con la última Palma de Oro en Cannes maneja este tono sarcástico a través de toda la obra. El filósofo esloveno Slavoj Zizek retoma el concepto de biopolítica – pospolítica en Problemas en el paraíso para tratar de explicar la epidemia suicida que afecta al gigante asiático. No es ningún secreto: la biopolítica se mete de lleno en un empresariado que no quiere pasar por tal. Este es el caso de Lucy Mirando, la CEO de esta corporación que busca reinventar la empresa que, detrás de anuncios color pastel, aún mantiene frías jaulas oxidadas para los animales que luego asesinará. No es muy distinto a un producto Apple o Starbucks que, detrás de sus delicados diseños, esconde una maquinaria de explotación que nada tiene que envidiarle a una cadena de montaje de los años ’10 del siglo XX. Al chancho por más que de seda lo vistan sigue siendo chancho. En este caso, uno muy grande.//∆z