Patti Smith escribió las memorias de su vida con Robert Mapplethorpe. Un libro imperdible para sus fans, con tintes nostálgicos y anécdotas increíbles.

Por Gonzalo Penas

Corría el año 1975. Patti Smith se metía en los estudios Electric Ladyland para hacer las grabaciones de lo que sería su primer LP, el mítico “Horses”. A simple vista, uno lee esa anécdota en la pluma de la protagonista de la historia, cerca del final de Éramos unos niños. Sucede que el libro no es una colección de textos que relata las memorias de la artista con su banda o que cuenta sólo las grabaciones de sus canciones o sus poemas. La persona que quiera encontrar ese tipo de biografías mejor que no se acerque a este libro porque se llevaría una decepción. Aquí no se encuentran datos precisos de grabaciones y conciertos. Tampoco hay un recorrido egocéntrico sobre los años más exitosos de Patti. Desde el primer capítulo, hay un paralelismo entre los primeros años de la vida de ella con la vida de su amor, compañero, amigo y camarada Robert Mapplethorpe, vínculo que seguiré a la largo de las páginas hasta la última frase.

¿Es Patti Smith una cantautora? ¿O más bien es una escritora, una artista multifacética clave en la escena punk de fines de los ‘70? Con Robert pasaba algo similar. Él era un artista a secas, no sólo un fotógrafo. Si bien en el libro se muestran imágenes de dibujos, pinturas y regalos que se hacían, lo que más llama la atención no es eso, sino más bien la estrecha relación que construyen ellos dos. Desde el primer encuentro, digno de una película estilo Antes del Amanecer, pero un poco más border, hasta sus días juntos en habitaciones de mala muerte cumpliendo el sueño de sus vidas: ser artistas.

En el primer capítulo, hay un tono bastante nostálgico con respecto a los recuerdos de su niñez. Allí mismo, se lee también la infancia de Robert, menos traumática de la que uno imagina apriori teniendo en cuenta la vida que llevó Mapplethorpe durante su juventud, que fue lo poco que el público conoció de él. Patti comenta recuerdos muy precisos, con sus amigas, de los discos que compraba entrada la adolescencia y de la libertad que les generó, ya juntos, el tener sus trabajos e irse juntos a Nueva York. El tenerse el uno al otro es un dato fundamental para el crecimiento artístico (y sentimental) de los dos. Había una devoción mutua que queda plasmada en los textos donde Patti recuerda las fotografías y las obras de Robert.

Los capítulos son largos, son cuatro en total, pero con cortes marcados entre anécdotas, recuerdos y gente del ámbito artístico de los años ‘60 que ambos irán conociendo. En las historias aparecen Allen Ginsberg -que terminaría siendo crucial en la poesía de Patti- Jim Morrison, Janis Joplin, Grace Slick y Jimi Hendrix. Hay otros artistas que surgen de manera constante en los recuerdos de Patti: Bob Dylan, Arthur Rimbaud y Brian Jones. La admiración de la protagonista por estos tres personajes es la que lleva a escribir esos nombres varias veces en cada capítulo. No hace falta ser un experto para darse cuenta que son tres influencias muy importantes. Basta leer algunas entrevistas de ella o analizar sus letras para poder observarlo. Ella tenía posters, fotos clavadas en las paredes de sus habitaciones y hasta recuerda, en varios momentos del libro, distintos aniversarios de la muerte de Rimbaud para contar puntualmente lo que había hecho ese día.

En el famoso Hotel Chelsea pasaron cosas que nos dan ganas de haber vivido esa época. En el capítulo que le dedica la protagonista a esos años de su vida, el lector puede sentirse atrapado a punto tal de leer ese largo capítulo en un día. No sólo por las personas con las que ellos se encontraron, los extraños amigos que se hicieron, sino también porque es cuando Robert, luego de una discusión, se separa un tiempo de Patti y meses después, empieza a salir con hombres, hasta llegar a prostituirse. No obstante, ellos nunca se separaron definitivamente. La experiencia homosexual de Robert sorprendió a Patti, pero el amor de ellos no cambió mucho. Se puede leer, durante el desarrollo de todo el libro, que la relación de ellos nunca llegó a quebrarse.

Es interesante observar cómo afectó a Patti la muerte de Brian Jones primero, y luego las de Joplin y Hendrix. Ella se pasó días escribiendo poemas para sus ídolos. Otro personaje clave que aparece en varias ocasiones es el escritor beat Jack Kerouac, tanto en algunas comparaciones en la forma de escribir como en los recuerdos de algún lugar en el que ambos estuvieron, por más de no haberse cruzado (Patti tocó en West End Bar, lugar dónde Kerouac escribía y tomaba algunos tragos).

Las anécdotas en el CBGB, mítico lugar dónde se iniciaron distintas bandas punks y new wave como Ramones, Television, Talking Heads y Blondie, son conocidas. Pero en la pluma de Patti todo tiene un toque particular. Los olores, las primeras actuaciones, los espectadores de los conciertos y los amigos que se fue haciendo, pasan por las pocas páginas donde ella habla puntualmente de sus primeras épocas arriba de un escenario. Por su toque literario, nunca encajó de modo completo en la escena punk neoyorkina. Pero sí por el sonido de su música y su actitud (y sobre todo por su pose), siendo reconocida rápidamente en el ambiente. Robert la felicitaba a menudo y, orgulloso de ella, le recordaba que se había hecho famosa antes que él.

En distintas partes de la relación, Robert sufrió complicaciones de salud. Los detalles que se leen son muy precisos y hace la lectura más atrapante porque en esos momentos ellos se unían más. Pero en 1986, Robert se enteró que tenía HIV y murió en 1989. En el último capítulo, el más corto y el más sentido del libro, se puede leer cómo fueron los últimos tres años de Patti junto a Robert: él acompañándola a grabaciones en estudios y sus últimos días en el hospital, hasta que el 9 de marzo falleció.

El libro termina ahí. Después Patti siguió con su carrera. Se separó un tiempo de la música, pero continuó escribiendo poemas. Regresó a los conciertos y a las grabaciones a mediados de los ´90 y hoy sigue girando por el mundo. En todas las notas que le hacen, siempre hay alguna pregunta sobre Robert, lo cual responde sin problemas y con mucha admiración. Ese amor es eterno y en el libro queda plasmado en la prosa que utiliza ella para recordar o simplemente contar una anécdota. Tal vez, el guiño que hace que este libro sea imprescindible, es que está escrito por la misma protagonista. En excelentes biografías que se han publicado durante los últimos 5 años (la sublime Heavier than heaven, de Charles Cross sobre Kurt Cobain o la genial Bob Dylan: La biografía, de Howard Sounes por nombrar algunas) hay un experto o biógrafo particular relatando hechos. Si bien eso también es irresistible para fanáticos y melómanos, acá la propuesta es diferente: Patti escribe sus memorias y no hace el típico repaso de su carrera, sino más bien, rinde homenaje a la relación que tuvo con el gran compañero de toda su vida.//z

Éramos unos niños. Patti Smith. Editorial Lumen. 302 páginas.