La serie que en su estreno se arriesgó a mostrar que tenía todas las de perder, se presenta  en su segunda temporada como la gran esperanza de la ciencia ficción distópica.

Por Iván Piroso Soler

En virtud de la ideología de la industria cultural,
el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia;
jamás el orden que surge de esto
es confrontado con lo que pretende ser,
o con los interés reales de los hombres.

Theodor Adorno,  Dialéctica del Iluminismo (1944)

Sam Esmail es no menos temerario que los personajes que creó para su ficción. Es decir, intentar patear el tablero con una serie que presenta un antihéroe enfrentando un mal poco menos que étereo (encarnado en corporaciones monopólicas) puede parecer, a primeras vistas, una propuesta poco atractiva o trillada. Desde Matrix hasta Fahrenheit 451, las obras que intentan impregnar la atmósfera de referencias Orwellianas son infinitas. Vivimos en un mundo donde Anonymous, Zeitgeist y la proliferación de teorías conspiranoicas sofocaron todo tipo de intento de cuestionar, aunque sea desde lo narrativo, un orden establecido de manera inteligente. Intentar la decodificación de esa trama se presentó como un desafío atractivo para este realizador egipcio-estadounidense. Con la ayuda de USA Network (su Fsociety personal) encontró nuestras vulnerabilidades y se metió en nuestro sistema. Y reventó todo en mil pedazos.

Elliot Alderson es un ingeniero informático que trabaja en el sistema de seguridad de la compañía Allsafe. Sus constantes alucinaciones, producto de su grave trastorno obsesivo-compulsivo, lo arrojan a un estado de paranoia y ansiedad social que dificultan todo tipo de relación con la sociedad. Sin embargo, esta condición no le impide entender de manera crítica a la sociedad en la que vive: monopolios jugando al ajedrez con el 99% de la población. El 1% restante se enriquece a costa de ellos; dentro de ese porcentaje restante esta E Corp, una poderosa compañía que se ocupa de la producción de casi todas las cosas. Su obsesión. Todo se potencia al toparse con un pintoresco sujeto que se hace llamar Mr. Robot. Sin que pueda resistirse, Elliot se ve introducido en una trama conspiratoria donde, junto a la organización FSociety, pondrá todos sus esfuerzos en tirar abajo mediante el hacking a la E Corp y, con ella, a todo el sistema económico estadounidense.

Mr Robot 1

Hackers del mundo, uníos

Con una sola película dirigida en su obra (Comet, 2014), Esmail pudo hacerse de la confianza del canal USA Network (parte del conglomerado mediático NBC Universal). Primero pensada como una película, la historia de Elliot le resultó atractiva al canal que no dudó en poner al propio Esmail como director de la mayor parte de los capítulos, estrenados en 2015. Tras un breve casting, el actor egipcio Rami Malek, quien contaba con escasos trabajos previo a ser fichado, quedó a cargo de la interpretación del conflictuado hacker. Sin embargo, la elección más llamativa fue la del actor Christian Slater, tristemente célebre por protagonizar series que fueron canceladas a los pocos episodios de estrenarse. Lejos de achicarse, Esmail vio como su obra fue la flamante excepción.

Resulta clave comprender que, más allá de la historia y su perfil antisistémico, Mr. Robot se las arregla para convencernos de una manera concreta. Lejos del tipo de relatos múltidireccionales a los que nos tienen acostumbrados las series del momento, con sus numerosos puntos de vista y subtramas innecesarias, la serie se mantiene apegada a la conflictuada visión de Elliot. El protagonista tiene un objetivo claro y complejo como lo es tirar abajo E Corp y así generar una conmoción económica de proporciones bíblicas. Una propuesta clara inserta en un relato clásico. Es así como la primera temporada se trata de eso y sólo de eso, presentándonos a Arlene, su principal aliada en la cruzada de la organización Fsociety y a Angela, una amiga de la infancia cuya madre murió por consecuencias aún no esclarecidas de su trabajo en E Corp. Y a Mr. Robot, por supuesto.

Sintonía fina

Lo que separa a Elliot y su crítica social de las demás producciones distópicas es la prefiguración que hace del héroe colectivo, alejado de la tesis individualistas de historias como Matrix, Los Juegos del Hambre o incluso la vigente Black Mirror. Elliot no está solo en su cruzada anticapitalista, la organización Fsociety nunca se pierde de vista y sobre todo está aliado con el espectador, cuyo vínculo es ambivalente en un juego extraordinario que realiza Esmail. Los aliados tácticos son clave: Tyrell Wellick (destacada actuación del joven nórdico Martin Wallstrom), el misterioso ejecutivo de E Corp, se presenta como un enemigo al que es mejor tenerlo cerca, así como la misteriosa hacker china Whiterose, una intrigante líder trans con quien Elliot mantiene una charla que nada tiene que envidiarle al primer encuentro entre Neo y Morpheus. En su segunda temporada, esta estructura de personajes, se potencia con una apoyatura que el guión hace a partir de las experiencias del Occcupy Wall Street o los Indignados españoles, cuestiones coyunturales a las que Mr. Robot no duda en responder.

Mr Robot 2

Si bien la segunda temporada (finalizada en julio) no tuvo la misma repercusión que la impactante primera parte, mantiene aún los mismos ingredientes: una composición visual arrolladora, personajes que van afianzándose en sus contradicciones y la manera en la que Elliot enfrenta la solidificación de sus transtornos. Y es aquí donde se erige la razón por la cual esta segunda parte mantiene contrariados a sus fanáticos. Esmail se mantuvo firme en su idea de componer Mr. Robot como una película. En ese sentido, estamos parados frente a un segundo acto en el que no es necesario mantener en vilo al espectador con idas y vueltas que requieran de golpes de efecto ensordecedores. Esta segunda temporada resultó (aún con sus idas y vueltas) una sintonía fina, una profundización del modelo.

Es plaga en las redes sociales una de las primeras escenas de la serie, en la que Elliot le cuenta a su terapeuta su visión certera del mundo. La crítica a la industria de los psicofármacos, su escepticismo hacia la figura de Steve Jobs y la manera en la que entiende la industria cultural, presentada como crítica pero en realidad funcional al sistema capitalista. Este tipo de construcción del personaje, en su presentación, puede resultar algo ingenuo. Si bien es cierto que durante los episodios se ejerce una crítica hacia el imperialismo y la oligarquía, es importante entender que Esmail pocas intenciones tiene de ahondar en un programa político anticapitalista. La revolución de Elliot está enteramente en su cabeza y es por ahí donde se encolumna el relato. Detrás de esa fachada de tecnicismos informáticos (ampliamente festejados por ingenieros en la vida real) se esconde un protagonista vulnerable y profundo con el cual se puede empatizar y, sobre todo, dialogar.//∆z