El viernes pasado Valentín y los Volcanes se presentó el Salón Pueyrredón. También ese mismo día tocó Mateo de la luna en compañía terrestrial y Bicicletas. Pero solo nos vamos a centrar en los Volcanes y sus chispazos de lucidez. Un recorte caprichoso de un show contundente.

Por Joel Vargas

Fotos de Candela Gallo

Play. Jo Goyeneche sonríe con los ojos cerrados, su cuerpo parece crecer con cada acorde. Las paredes transpiran. Nico Kosinski practica shoegaze y hasta tiro al blanco con su guitarra. Suena “El gran hombre del planeta”, es casi el final del show de Valentín y los Volcanes. Lo demás no importa. Desmenucemos esta postal del indie vernáculo, detengámosla. Hagamos zoom en la sonrisa de Goyeneche. Esa sonrisa que apareció justo en la vorágine de la canción. Los labios se articularon, cambiaron de estado. Ese gesto quiere decir que el trabajo está bien hecho.

Rewind. Enumeremos lo que pasó la noche del viernes pasado en el Salón Pueyrredón antes de los Volcanes: birras, chicos, chicas, Mateo de la luna en compañía terrestrial, besos, abrazos, pogo, distorsiones, himnos de culto, Facu Tobogán, “Lo que más quiero”, birras, besos, chicos, chicas, distorsiones, abrazos, pogo, canciones de culto, Mateo de la luna en compañía terrestrial.

Flashforward. Los primeros acordes de “Pequeña Napoleón” incendian el Salón. Kosinski está afilado. Panchito de la Canal prende el groove, las teclas del Profe aportan sutilezas. “100000 reflejos” evangeliza, aparecen los primeros chispazos de lucidez. “Piedras al lago”.

Stop. Jo Goyeneche es dueño de una verborragia tremenda. Cada frase que tira podría ser el titular de una nota sensacionalista: “Antes del show jugamos un partido de futbol, acá con unos niños de 42 años y empatamos”. Play. El bombo de Fico anuncia la llegada de los “Rayos del verano” y de la gorra gris del cazador sobre la cabeza de Jo. “La gris la trajo Nico de un suburbio de Londres, se la cambió a un homeless por un atado de cigarros, tal vez la uso un vecino de Ian Curtis, o un vendedor de verduras, cualquier opción es interesante”, cuenta Goyeneche. Esa gorra es un símbolo del imaginario volcán. Jo la usa para ocultarse un poco y disfrutar más del recital. “La cazadora es perfecta para eso, una casa en el árbol en mi cabeza”.

Play. “Los días felices” es la crónica absurda de un beatiful looser que entra y sale de los sábados como si fueran puertas giratorias. “Los chicos de orense” se la dedican a un tal Guille Secuencia. La remera verde de Jo y la roja de Kosinski parecen luces de un semáforo sobre el escenario, cada acorde es una señal para avanzar o retroceder. “La novia robada” es la diva de la noche, la más coreada, mientras los chicos platenses le roban un poco de juventud a su público. “Baila conmigo” es éxtasis, las violas al frente: punteos frenéticos y no faltan las pequeñas explosiones. “El gran hombre del planeta” es la sonrisa espontanea. “Pararrayos”, el grand finale, los cinco explotan al unisonó en la Gran Ciudad.

La noche sigue con Bicicletas. Algunos cantan sus canciones, otros no. Stop.