El Festival Encandila reunió en Zaguán Sur a Valle de Muñecas, El Perrodiablo, Los Sub y Las Armas Bs. As. Una experiencia de volumen entre formas diferentes de entender el vivo.

Por Sebastián Rodríguez Mora
Fotos de Nadia Guzmán

Este planeta de fierros todos quemados y retorcidos nos recuerda que estamos vivos minuto a minuto. Es el peligro mudo, agazapado. Una presencia y un susurro en la espalda. Un buitre en el brazo seco de un cactus muerto nos observa escapar afiebrados. Pareciera no haber espacio ni tiempo donde detenerse. Adelante es la única manera. Una especie de cinta transportadora, un puente colgante en llamas heladas que se come nuestro pasado inmediato, lo desmaterializa. La línea recta, la ruta 2 desde la Nada hasta Zaguán Sur es una road movie con final abierto. Todavía no sabemos qué va a pasar, es la final del mundo tal y como lo conocemos.

Estuvieron primero Las Armas. Las Armas Bs. As., aclaran; parece que en este océano de música los nombres originales no alcanzan. Hay fotos de ellos en esta nota, como las hay de Los Sub, que arrancaron con un volumen altísimo, demoledor, arrollador. Todos esos adjetivos tan trillados hay que poder reivindicarlos. El periodismo, o lo que sea que hagamos en esta época, se parece un poco a la tarea del restaurador: tanto darle a ciertas teclas del castellano hace que empiecen a fallar. Mantenimiento, reconstrucción, puesta en valor del patrimonio. ¿Qué patrimonio tiene esta generación? ¿Qué custodia la actual franja entre los quince y los cuarentaipico, en parte presentes en el Zaguán el sábado a la noche, petrificados ante el muro de sonido de Los Sub en el escenario? ¿Cómo vamos a contar los innumerables shows de las mismas bandas en un circuito que se agranda y abraza con amistad sincera a tantos que se suman, pero sufre las inclemencias del miedo a un abismo nacional, lento y empalagoso? ¿Qué hay para relatar como una enseñanza o canción de gesta marginal, sin métrica ni ganas de ser claro, a los que ahora militan el jardín de infantes? Está marchito el jardín de gente esta noche del Zaguán. Los ojos de durax en las miradas, las manos en los bolsillos, la expresividad parca, casi europea en cada uno de los asistentes. Quizás Los Sub sean una banda que pasa por adentro, como la procesión.

Luego, la escena que se vio mil veces: hay gente que ve por primera vez al Perrodiablo en vivo. Se ríen de la panza de Doma. Qué hace en cuero, se le cae el pantalón. La banda explota desde cada una de sus células y los duros, durísimos bloques de concreto empiezan a incomodarse en el reposo. Las grietas en el cielorraso apenas van agregando un cuarto de milímetro, el agua de los inodoros repugnantes vibra como en Jurassic Park; El Perro está cambiando la faz de la Tierra.

Flota una pregunta en el aire: ¿cómo va a salir Valle de Muñecas al escenario después de esto que estamos viendo? Zaguán está en pie de guerra, Doma cuenta que hace poco una mina le dijo que Tan Biónica estaba donde estaba porque trabajaban mucho en la semana. “Yo también laburo toda la semana y estoy acá, con ustedes”. En el tumulto que genera cada vez que se baja del escenario con el micrófono, está la fan número uno, la indiscutida de la banda. Orbita alrededor de Doma con la esperanza de que una gloriosa noche él le estampe un beso en pleno pogo. Esta vez optó por la estrategia de los celos: se trajo un barrilete cósmico, un tipo trajeado que nunca supo qué lo trajo ahí. Ellos dos se refriegan un poco entre tema y tema, pero desaparecen en la violencia feliz que generan los platenses. El Doma es un tipo fiel a su personaje, nunca se sale de su libreto, que pide constantemente salirse del libreto. Bardea, agita a los somnolientos, saluda conocidos y sube en andas de la violencia. Es sincero, no duden: El Perrodiablo es ante todo una banda sincera. Ojalá el Chano alguna vez los vea. Aprendería un par de cosas.

La gente no permitió que “Algo sobre estar vivo” se termine. Extendiendo el coro aún después de la estirada final, la banda tuvo que seguir tocando. “Te re cabió” es el leitmotiv de esta noche. Te re cabió, invierno, la gente vino igual al festival. Te re cabió, Festival Encandila, subí esa apuesta si podés. Te re cabió, buitre, estamos vivos. Te re cabió, rock, por esta noche te disfrazás del Perro.

Lo que siguió fue una respuesta lógica. A las tres de la mañana Valle de Muñecas sube todos los volúmenes. Manza enfría con un gesto a uno de los que no se pueden bajar del agite que se ya está extinguido. Ya se descargaron, ahora escuchen. Valle es lírico, los Esaín son líricos porque juntos hacen ese equilibrio entre fuerza –Lulo-  y estética precisa –Manza. De cualquier manera, la sensación confirma la respuesta tentativa a la pregunta precedente. Valle sube a dejar todo, porque no hay otra después del Perrodiablo. Quizás esta vez el orden de los factores sí altera el producto. Y la noche se cierra como los cierres de los abrigos de cara al viento inhóspito sobre la calle Moreno.

El patrimonio es poder recordar lo recordable, en el sentido de lo grabable. Hacerse un disco doble o triple, un Anthology vital. Producirlo, mezclarlo y ecualizarlo. Diseñarle el arte de tapa, ponerle un nombre que sea difícil de borrar, un disco que no regales ni prestes a nadie. Un inconseguible, un bootleg de lo que fuimos alguna vez. Un grandes éxitos para escuchar en el camino de vuelta a casa.//z

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