En el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, reseñamos un documental sobre Brian De Palma y una película que es un poema. 

Por M. Victoria Moreno

De Palma (Noah Baumbach & Jake Paltrow, Estados Unidos, 2015)

Cine sobre cine, o tal vez “metacine”, si recordáramos la clásica anécdota sobre “Metafísica”, la obra de Aristóteles: recibió ese nombre porque fue acomodada detrás del libro “Física” y “meta” significa más allá. Al margen de la veracidad y la fidelidad del relato, el documental sobre Brian De Palma es una película que va más allá del cine, porque explica el cine, lo aborda, nos permite ver desde adentro cómo funciona el cerebro de un director.

Son casi dos horas de narración constante de De Palma sobre su historia, narración que mantiene la atención del espectador, aunque a veces aparezca una tibia sensación de tedio. Para poner en contexto, De Palma es el director de Carrie, Los Intocables, Scarface, Carlito’s Way y la primera –y mejor- Misión Imposible. En su haber también hay unos cuantos fracasos de taquilla, pero el sentido común cinéfilo lo asocia con una figura talentosa y exitosa, que supo tocar los resortes adecuados de la industria cinematográfica. Y allí es donde reside el valor agregado de De Palma, porque cuestiona ese sentido común que establece una conexión automática entre algunos títulos reconocidos y un camino allanado para cualquier proyecto que dicho director quiera emprender. No es el caso de De Palma, que personalmente se ocupa de desmitificar la idea, al hacer un recuento minucioso e ilustrativo de la cantidad de fracasos –que, vale aclarar, superan a los éxitos- que plagan su carrera, muy a pesar de su agudo entendimiento del oficio, de la precoz manifestación de su talento y de haber compartido generación con otros apellidos prodigio como Spielberg, Scorsese, Coppola, Lucas. Allí, en las películas con rendimientos decepcionantes y críticas encarnizadas es donde De Palma encuentra el verdadero sentido de su carrera, en tanto lo obligan a tomar decisiones clave que definen su trayectoria como director mainstream del cine estadounidense.

Párrafo aparte merecen Baumbach y Paltrow, ambos jóvenes promesas -¿jóvenes? ¿promesas?- del cine norteamericano, que eligen un director de quien no dejan ver una abundante herencia en sus propias producciones, lo que no les quita mérito como exponentes del cine independiente imperial -¿independiente? ¿imperial?- ni tampoco le lava el tinte de “homenaje” a De Palma.

 

Paterson (Jim Jarmusch, Estados Unidos, 2016)

Un hombre que se llama Paterson nace en un pueblo que se llama Paterson. Vive con su novia, fanática del blanco y negro y de decorar, en blanco y negro, todo lo decorable. Trabaja de chofer de colectivo en el pueblo donde vive, Paterson. Escribe poesía en un cuaderno secreto, que nadie lee, ni su novia, fanática del blanco y negro, ni el jefe de la terminal de colectivos donde Paterson trabaja como chofer. Escribe poesía sobre su marca preferida de fósforos. Tiene un bulldog, Marvin, a quien pasea todas las noches hasta el bar de Paterson, donde se toma una cerveza y charla con los habitúes del lugar.

Jim Jarmusch construye en Paterson una película distinta de sus últimos largometrajes, Solo los amantes sobreviven o Flores rotas. Si en estas últimas Jarmusch se enfocaba en la búsqueda de sosiego en el tiempo presente a través de la resolución del pasado, en Paterson dicha búsqueda llega a su fin y el ánimo que prima es calmo, apacible, tranquilo. La poética del director se deja ver en los pequeños detalles que, si no fuera por la armonía del largometraje y de su protagonista, pasarían desapercibidos.

Paterson es un haiku, ese tipo de poesía japonesa breve y construida sobre la emoción que motiva la contemplación de la naturaleza. Porque lo que hace Paterson es contemplar su cotidianidad y motivarse con ella. Son las pequeñas cosas lo que condimentan el día a día: la conversación de los pasajeros en el colectivo, la tipografía de la caja de fósforos, la felicidad que produce ver el fondo del vaso de cerveza. Y en esas pequeñas cosas que condimentan el día a día, uno de las especias más exóticas pero no por eso escasa es la coincidencia: Paterson se inspira en los fósforos, en inglés “match”, es decir “igual” o “equivalente”, para escribir uno de sus poemas, el apellido del actor que interpreta al protagonista es Driver, cuya traducción al castellano es “conductor”, en la mesita de luz de Paterson reposa un portarretrato con una foto suya vestido de marine, profesión que Driver ejerció antes de dedicarse a la actuación. Frente a estas particularidades, el superávit de gemelos que vive en el pueblo, encontrar una nena que también escribe poesía o cruzarse con un turista japonés fanático del mismo poeta que Paterson no debería resultar llamativo, como tampoco debería llamar la atención que el nombre de dicho poeta sea William Carlos Williams.//∆z

https://www.youtube.com/watch?v=ctr3KdC-BdA