En su visita a Argentina en el marco del festival literario FILBA, hablamos con el escritor inglés sobre su interés por la obsesión y las relaciones turbulentas, el Brexit ‘como guerra cultural’ y las redes sociales como forma de relacionarse.

Por Alejo Vivacqua

Fotos por Florencia Alborcen

 

Nacido y criado en la Gran Bretaña de posguerra, una etapa que traería cambios políticos y económicos en una sociedad desmoralizada, Michael John Harrison (1945) dio sus primeros pasos de la mano de una generación de escritores que formó parte de la llamada New Wave (Nueva Ola), una corriente de la ciencia ficción que tuvo a Michael Moorcock, J.G. Ballard y Brian W. Aldiss entre sus representantes y que encontró su trinchera literaria en la revista New Worlds.

A lo largo de casi cinco décadas publicó más de quince novelas y colecciones de relatos que van desde la ciencia ficción más dura, con temáticas espaciales y futuristas, hasta géneros más difusos con climas cercanos a un realismo encantado, como lo define en el prólogo a La invocación y otras historias (Edhasa, 2015) el crítico Matías Serra Bradford, uno de los principales difusores de su obra en nuestro país. Esta antología de cuentos es, junto con Preparativos de viaje (Interzona, 2004) y El curso del corazón (Sigilo, 2014), uno de los libros de Harrison que en los últimos años se publicaron en Argentina.

Pero quien acuñara el término New Weird para englobar a ciertos autores que hibridan el terror, el suspenso y lo extraño (marcas de agua también de su propia obra) parece estar atento a no encasillar su literatura dentro de bloques compactos. Es, como se verá en algunos comentarios de esta charla con ArteZeta, un acto más cercano a la amplitud y al desprejuicio con los que entiende la ficción y el mundo que a una pose pretenciosa y forzada.

Este campo visual despejado le permite a Harrison, entre otras cosas, narrar en sus libros situaciones que incluyen relatos disgregados que se abren en distintas direcciones, conceptos del misticismo y el gnosticismo, pactos y rituales entre amigos que terminan mal y observaciones sutiles sobre el neoliberalismo y su impacto en la vida moderna.

AZ: En muchas de tus historias hay personajes que están obsesionados con algo, ya sea algo que no pueden olvidar o que perdieron en algún momento… ¿Por qué te interesa esta fijación?

M. John Harrison: Bueno, antes que nada yo creo que cuando uno escribe ficción está buscando la manera de mover a sus personajes, de llevarlos hacia algún lado. Y tener personajes obsesivos es una manera de hacerlo. Por otro lado, cuando era joven —no tanto ahora— pensaba que la obsesión era un gran valor, que no tenía sentido interesarse por algún aspecto de la vida a menos que uno estuviera realmente interesado. La auto inmersión para explorar el mundo a través de una disciplina era, para mí, la mejor forma de hacerlo. La obsesión, además, produce grandes personajes, con altos grados de excentricidad.

AZ: Y casi siempre están narrados desde el punto de vista de otra persona, desde un observador. Se genera una obsesión compartida.

MJH: Es cierto, y puede remontarse al funcionamiento básico de cualquier relación: uno es el  que la conduce, el que tiene la energía; el otro es (o cree ser) el menos involucrado, el que menos invierte en ella. Pero en realidad es parte de un autoengaño. Los escritores siempre tratan de creer que son observadores, y yo trataba en su momento de creer que era un mero observador de las acciones de la gente, que no formaba parte de ellas. Lo cual, si uno lo piensa, es una postura política muy pobre. Eso de pensar que uno es solamente un testigo, de que es posible ser objetivo, no es para nada inteligente. Entonces esa forma de construir los personajes y la historia era un poco para mostrarles a los lectores, con una especie de juego de manos, la ironía de esa posición.

AZ: Y vos como escritor, a lo largo de los años, ¿sentís que permaneciste fiel a algunas de esas obsesiones tempranas? ¿O fueron cambiando?

MJH: Mi gran obsesión siempre fue la escalada (rock climbing), no tanto en montaña como en roca. Es lo único que no cambió. Lamentablemente, como estoy más grande no puedo hacerlo tan seguido, pero cuando escalo siento que recupero los años que se me fueron. Aparece una energía que no sabía que conservaba. La obsesión con las montañas, las piedras, la escalada… eso nunca muere. Y si no lo hago empiezo a sentirme deprimido. Para el resto de las cosas, la escritura incluido, la energía va y viene todo el tiempo.

AZ: Hablando de la naturaleza, en tus historias está muy presente la observación del paisaje, el cruce entre la vida rural y la urbana. Los personajes se mueven entre estos mundos. ¿De dónde viene? ¿Lo sentís como algo británico?

MJH: Es muy británico, ¿no? No sé qué estamos tratando de decirnos a nosotros mismos, pero creo que hay algo. Creo que los únicos que están cerca de responder esa pregunta son los japoneses, que tienen un problema parecido, que es que lograron regularon la parte natural, intentaron convertir el exterior en un interior, en un espacio controlado. La idea de que en Gran Bretaña se pueda usar la palabra “salvaje” es ridículo. Leí en algún lado que en Gran Bretaña no hay forma de caminar doce kilómetros sin cruzarte con algún camino. Entonces, si estás perdido, mientras tengas la energía para caminar unos kilómetros vas a estar bien (risas). Tenemos esta relación extraña con eso que llamamos paisaje, porque sabemos que en Gran Bretaña ya nada es natural, que cualquier terreno en el que estemos ya fue usado para otra cosa. En este momento, por ejemplo, estamos interesados en la herencia, tanto en lo cultural como en lo industrial. Pero el hecho es que ya no hay ningún paisaje natural por el que sentirse obsesionados, y hay escritores como yo, o como Robert Macfarlane, toda una clase de escritores urban-nature que se preguntan cómo tener esta relación con el paisaje, cómo encontrarla, qué nuevos lenguajes nos permiten describirla. Tenemos el concepto de edgelands, que es un área de transición entre lo urbano y lo natural, y la mayor parte de Gran Bretaña es así, esa mezcla. Y si no es edgeland ahora, lo era hace doscientos años. Si uno cava la tierra es probable encontrar los restos de una fábrica. Y para mí está relacionado con algo político, que tiene que ver con una economía basada en la esclavitud. Los inicios de la industrialización forman parte de una historia de explotación.

AZ: ¿Y cómo hacés para encontrar un equilibrio entre el contexto y la historia? ¿Cómo saber cuándo una frase alcanza, cuándo una escena es suficiente?

MJH: La forma de hacerlo es entender que el contexto también puede ser la trama. Y cómo se lo presenta puede decir mucho de los personajes. Es algo que se aprende del modernismo, de Virginia Woolf, de Katherine Mansfield… Ellas sabían cómo usar el contexto para construir los personajes. Entonces no es tanto un equilibrio como el hecho de que estás usando el paisaje como parte de un todo. El lector va a prestar atención a todo lo que uno ponga en la página. Tiene que hacerlo, está en una posición en la que todo lo que esté escrito debe tener algún significado. Si uno dice que está lloviendo, está comunicando algo. ¿Escuchaste hablar de “patethic fallacy”? Los escritores románticos, los góticos, hace doscientos años, hacían que el paisaje reflejara los estados de ánimo de los personajes, y lo hacían en un estilo crudo y directo. Básicamente, yo trato de hacerlo de forma más sutil.

AZ: Siguiendo con lo ‘británico’, pienso en algunos de tus cuentos en los que aparece la multietnicidad. Te quería preguntar por el Brexit, porque me parece ineludible: más allá de tu opinión general, ¿cómo se vive dentro de cierto círculo cultural?

MJH: El Brexit es la única política que tenemos hoy en día en Gran Bretaña, todo queda absorbido por eso. Es una gran metáfora de la guerra cultural en la que estamos inmersos. Hay dos cosas. Una es que si uno escribe desde la realidad, desde la observación, ¿cómo es posible no describir lo que se ve? Si uno quiere hablar de cualquier país en el que esté presente la multiculturalidad, como es el caso de Inglaterra, es su deber hacerlo. Tiene que hacerlo. Pero también porque no veo ningún problema en ello, o en la inmigración. Sí veo problemas con el nacionalismo, con las dificultades que se avecinan, con las políticas de exclusión que lindan con el fascismo. Tengo miedo de eso.

AZ: Y con tus colegas…

MJH: Bueno, todos vivimos en una burbuja, ¿no? Ese es el problema. Todos los escritores que conozco piensan parecido a mí, opinan que el Brexit es un error, que está relacionado con la ultra derecha y el nacionalismo, y no queremos verlo en acción. Porque tenemos algunos recuerdos de la historia… (risas). Esa es la única respuesta que puedo dar, pero soy consciente de que me muevo en una burbuja. Solo que siento que mi burbuja es la correcta (risas).

AZ: Se suele decir que uno va escribiendo cada vez mejor. En tu caso, ¿es posible darte cuenta? ¿Hay cosas con las que lidiás de otra forma?

MJH: Es difícil de decir, porque por un lado uno quiere mejorar en cualquier disciplina a la que se dedique. Uno ve su vida como el compromiso de convertirse cada vez en un mejor escritor, o un mejor escalador, o lo que fuera. Y siento que en ese aspecto lo he logrado, que los años no son un problema, que simplemente soy un mejor escritor de lo que era. Pero al mismo tiempo es posible que lea algunos de mis trabajos de juventud y diga: ‘Por dios, ¿cómo hice eso? Nunca podré ser tan bueno de nuevo’. Así que ese contraste existe, y creo que produce una especie de energía, una tensión entre la idea de que uno mejora y empeora constantemente (risas). Es una energía conductora.

AZ: ¿Te preocupa la repetición?

MJH: No, no me preocupa, dejo a los lectores que lo hagan, y lo hacen. El problema es que algunos a veces quieren que uno haga siempre lo mismo, porque les gusta, ¿y quién puede culparlos? No se puede culpar a alguien porque le gusten tus primeros libros, pero es ridículo pensarlo para uno mismo. Uno se mueve por lo que está haciendo ahora. A mí se me puede incluir en cuatro o cinco etiquetas, sin dudas: pertenezco al weird, pero también es posible relacionarme con la ciencia ficción, o con algunos aspectos del mainstream. Entonces trato de moverme, de ir cambiando, de hacer algo distinto a lo que hice. Esa es mi política. Un hombre de setenta años definitivamente es distinto a uno de veinte, puedo dar fe de eso.

AZ: Bueno, ayer tuiteaste que estabas por dormir una siesta, para recuperar energías…

MJH: (risas) Sí, es a lo que te ves forzado cuando tenés setenta. Es una situación rara, puedo garantizarte, cuando llegues a mi edad tenelo presente. Por un lado te sentís en la plenitud, y por otro necesitás una siesta a las cuatro de la tarde (risas)…

AZ: ¿Cómo lidiás con las redes sociales? ¿Te afectan en la rutina de escritura? Es una preocupación de las generaciones más recientes…

MJH: Sí, lo es. Es una extraña relación, no tengo smartphone pero estoy en Twitter todo el día. No tengo Facebook porque lo odio, pero si intentás impedirme que tuitee te puedo matar. Me encanta Twitter, es  una manera fantástica de comunicarse. Ese aspecto de las redes sociales me parece vital. Y sigo interesado en los blogs, es útil para ciertas extensiones. Twitter es divertido, pero son  240 caracteres. Creo que las redes sociales son geniales porque me ponen en contacto con la gente, y sé que hay alguien escuchando del otro lado que puede hablarme si quiere. La ventaja para alguien de mi edad es que te permite estar relacionado con gente de todas partes, de todas las edades, y así mantener la cabeza abierta y tener respeto por la forma en que se vive en el mundo. //∆z