Lo Nuevo, la obra de teatro que se da todos los sábados de noviembre en el Teatro Mandril, nos permite dialogar con un espejo, con un génesis de la creación de las creencias y las relaciones de poder.

Por Alan Ojeda

Algunas obras de teatro nos producen una distancia irrecuperable. El lenguaje, el tono, las actuaciones parecen no coincidir con la obra; otras veces la obra está simplemente mal construida y no logran cumplir siquiera con las mínimas expectativas de cierta coherencia interna. Sin embargo, cada tanto, aparece una obra que nos descoloca, a la que no podemos establecerle muy bien los límites con los que juega, porque siempre los está empujando un poco más. Ese es el caso de Lo Nuevo, de La Compañía de Teatro Mandril, la misma que los años anteriores fue responsable de la trilogía El Castillo, una serie de tres obras, relacionadas entre sí, pero no de manera cronológica ni argumental, necesariamente, sino como un “alrededor de” un tema, un motivo, que funcionaba como amalgama.

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El argumento de la obra: el mundo como lo conocemos ya no existe, solo queda el 0,01% de la humanidad y una ambiciosa religión trae la palabra del creador para que la fe pueda llenar una vida sin sentido. En un principio el lector dirá: “¿Qué? eso ya lo vi”. Pero el arte no es un qué, sino un cómo. Los motivos se repiten en la historia y, como diría Borges, quizá la literatura sea solo la historia de la entonación de unas cuantas metáforas. Lo Nuevo, irónicamente, propone el retorno de lo idéntico. En un mundo que cada vez oscila más entre el escepticismo más absoluto y el new age, la obra nos permite dialogar con un espejo, con un génesis de la creación de las creencias y las relaciones de poder, sin dejar de lado lo que nos aqueja en el presente: el espacio que ocupa el capital internacional en la construcción de esa nueva creencia que se impone en ese 0,01% de la población. Luego de leer esto, el lector dirá: “Eso es muy serio, de eso también estoy cansado”. Y, nuevamente, estará equivocándose.

Es difícil llevar un equilibrio entre el diálogo con el público, el humor y el musical, al mismo tiempo que se deconstruye un sistema de creencias a partir del uso de los elementos más comunes que son la piedra de ángulo de los cultos: la aniquilación de la humanidad, la aparición de un elegido, la salvación y la preservación de un grupo que posee una relación privilegiada con el mensajero de Dios. En toda la obra el diálogo de los actores con el público es continuo, cuestión que refuerza la sensación de encontrarse en medio un ritual raeleano/hare-krishna/Pastorgimenezco, experiencia que es reforzada por la vestimenta y la música en vivo, que incluye un didgeridoo. El contexto post apocalíptico y la estética, sumados a la presencia Kremer, un líder que es capaz de hacer brotar agua del suelo con su puño y se encuentra vivo hace 250 años, nos sitúa en otra tradición con la que la obra dialogará: Mad Max.

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Lo Nuevo coquetea con el musical, pero no es un musical; coquetea con el absurdo, pero no es totalmente absurdo. Las secciones musicales funcionan como parte orgánica de la idea del ritual ¿Acaso hay culto sin canto? No se asuste aquel que sea fóbico a los musicales. No se encontrará con nada parecido a The Sound of Music o West Side Story, donde los personajes cantan expresando a viva voz su subjetividad y sus emociones de forma totalmente artificiosa — ya que ese género es el summum de la artificialidad y deja de lado totalmente cualquier pretensión de verosímil—, sino con pequeñas intervenciones grupales a modo de cortina musical que ayudan a potenciar el ambiente de la obra. Sin embargo, es en el uso del absurdo y como este se cuela en la peripecia donde la obra destaca más. Si bien podríamos pensar que el absurdo es la ausencia de sentido, es una categoría que hoy en día resulta difícil de implementar. Aquellos que hayan visto Cha Cha Cha, Todo por 2$ y, sobre todo, Peter Capusotto y sus videos, sabe que la ausencia de sentido es relativa. Lo Nuevo, más que trabajar fuera del sentido, lo fuerza desde adentro, desde la exageración. Como en las obras de Boris Vian y algunas de Burroughs, cada escena de desarrolla hasta que la lógica implosiona, revelándonos un momento de perplejidad y risa. Nada de lo que ahí sucede parece inverosímil para nuestro imaginario actual, todo es parte de nuestra imaginación catastrófica de ciencia ficción. Lo Nuevo muestra de forma clara como nuestra época está más predispuesta a pensar el fin del mundo que su salvación. Sin embargo, la obra no cumple una función servil de simplemente cumplir con nuestra expectativa. En lugar de eso nos pide un compromiso que debe reafirmarse a cada minuto de la obra, con cada intervención, con la sorpresa de quien ve una película y de pronto descubre que el personaje lo mira a los ojos por un momento. Los actores, logran mantener la dinámica y la frescura de la obra. Hay una soltura corporal y oral propia de los actores entrenados en varietés y los happenings, donde cada actor se ve obligado a responder, no solo a su personaje, sino a los múltiples factores que lo rodean y con los que debe interactuar sin mostrar duda alguna.

En los aspectos más técnicos, como lo son la música y el vestuario, Lo Nuevo no se queda atrás. Sin la combinación de esos elementos, la obra perdería un punto de apoyo y le quitaría profundidad y textura a la representación. Los que asistan a la obra podrán descubrir una experiencia no usual en el teatro y que solo parece posible, como en estos casos, a un esfuerzo colectivo y un espíritu de experimentación.//∆z

Lo Nuevo tiene función todos los sábados de noviembre a las 21 en el Teatro Mandril, Humberto primo 2758 CABA.

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