De la mano de Shaman Herrera en la producción, los platenses de Laika Perra Rusa encuentran el punto de contacto entre la música electrónica y la militancia política en un disco de dance punk para la era macrista.

Por Ilan Kazez

El sábado 5 de agosto de 2000, en el programa de televisión Sábado Bus, se produjo uno de esos cruces virales previos a la existencia de las redes sociales. Pappo y DJ Deró protagonizaron una recordada pelea mediática que terminó con una frase del guitarrista para la posteridad: “Buscate un trabajo honesto”.

El episodio le puso un marco mediático a la coronación de la música electrónica a nivel masivo en la Argentina, tras haber mantenido un crecimiento exponencial durante la década de los ’90, y, a su vez, puso en superficie la incomprensión del rock hacia el fenómeno. En aquellos años, uno de los tantos nombres con los que se conocía al género, sobre todo por quienes no curtían la movida, era el de “marcha”.

Unos seis años antes, mientras DJ Deró impulsaba el crecimiento de la electrónica a través del sello Oíd Mortales, la Argentina era testigo de una masiva manifestación en todo el país organizada por organizaciones gremiales contra el programa neoliberal y pauperizador que llevaba adelante el gobierno encabezado por Carlos Menem. El miércoles 6 de julio de 1994, jubilados, docentes, estudiantes, pequeños productores, empresarios, comunidades indígenas y partidos opositores participaron de lo que se conoció como la “marcha federal”.

Marcha y marcha. Música electrónica y militancia política, dos fenómenos que en apariencia no podían ser más disímiles, se unían al recibir el mismo nombre. Y de esta unión se trata exactamente Marcha I, el tercer trabajo de Laika Perra Rusa y el primero de una serie de discos que planean lanzar los platenses.

Dance punk militante en la era macrista, menos cancionero que sus antecesores pero más potente y arriesgado en cuanto a composiciones, con este disco Laika Perra Rusa logra cristalizar su propuesta de música electrónica al mejor estilo LCD Soundsystem o Hot Chip, curiosamente gracias a la mano de Shaman Herrera en la producción y mezcla. Pero lo más destacable de Marcha I es que se trata de un disco con ideas, donde los sonidos, los ritmos y las letras giran en torno a los mismos conceptos. Algo que no abunda en la tiranía de las playlists y los singles.

La primera de estas ideas es que no se puede hablar del presente de la Argentina sin conectarlo con un pasado. El disco, de siete canciones, arranca con intenciones explícitamente políticas. “El cuerpo firme de las bailarinas” tiene un sonido retro-pop que gira sobre la cultura de los años ‘90, desde Beatriz Salomón hasta el giro neoconservador. Sin respiro, al arrancar el segundo track, titulado “50.000.000.000”, se escucha un audio sampleado que habla de “un llanto colectivo”, “ley de punto final” y “marchas enormes”. Luego una joven cuenta que en los cumpleaños de 15, en los ‘90, se “usaba mucho la marcha”. La música crece hasta que estalla un dance punk acelerado, como los tiempos que vivimos, y anclado indudablemente en la coyuntura: “La revolución de la alegría cuesta / cinco, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero, cero / bocha de guita”. El número hace referencia a la deuda externa que tomó el el gobierno de Mauricio Macri hasta antes del préstamo del Fondo Monetario Internacional. De este modo, en esas dos primeras canciones, el disco plantea sin mucha necesidad de exégesis el diagnóstico del presente: el macrismo es una reconfiguración del modelo neoliberal que fundió al país en los noventa.

La segunda idea del disco, y la más central, es que el cuerpo es un campo de disputa cultural y política y, en consecuencia, una herramienta de resistencia. En efecto, a partir del tercer tema empieza lo más interesante, cuando se salen de la coyuntura explícita y se meten de lleno en la música. “La liviana melodía”, una de las mejores canciones del disco, es una oda a lo etéreo de la música, manteniendo un ritmo constante con riffs sintetizados y la voz robótica de Guido Dalponte. Los audios sampleados le agregan textura a las canciones y ayudan a cerrar mejor los conceptos del disco. Así, sobre el final del tema emerge la voz de una chica que dice con naturalidad juvenil: “Salir a bailar es como una forma de canalizar esa necesidad de salvajismo que a veces la vida cotidiana no nos da”.

En Marcha I, el salvajismo de ir a bailar se enfrenta al cuerpo firme de las bailarinas de la cultura dominante. “Diversión, gozan ya los cuerpos con el baile / sin prohibición / fluye en este río nuestra sangre”, cantan en “Por siempre”, otro de los temas claves del álbum, donde la influencia de LCD Soundsystem se hace manifiesta, casi como una reversión de “Dance Yrself Clean”. Un track antes, en “Marcha”, despliegan el encuentro sonoro de las dos marchas, la política y la electrónica, a través de una pieza instrumental marcada por la percusión intensa en la que nunca queda claro si estamos en un 24 de marzo en la Plaza de Mayo o en una Creamfields. En el fondo, en esta acción de marchar políticamente o bailar marcha, el cuerpo es una mediación esencial. Tocar el bombo, saltar, estar en una plaza o moverse de forma libre siguiendo un ritmo: siempre hay que poner el cuerpo.

El planteo más profundo que subyace es que el cuerpo es político, y de ahí la necesidad de militar por su liberación: dotándolo de salvajismo, alivianando la firmeza, transformándolo en diverso y desdibujando las diferencias de géneros, algo que se puede apreciar en la portada del disco. “Esta noche no es tu noche, paki”, advierten con sentimentalismo robótico alla Daft Punk en “La flecha”. “Algo se comenta en el barrio / algo que pasó y quedó / en el baño de un boliche / te encontraste al super ratón”, canta con algo de picardía Gastón Figueroa en “Bb”.

El hallazgo de Marcha I es que pone sobre la superficie la connotación política y social de la música electrónica, le devuelve su espíritu de resistencia y lo quita del lugar de mero esparcimiento, como generalmente se hacía en la Argentina. Satisface la necesidad de viajar al sonido, en el sentido que lo ve el crítico inglés Simon Reynolds, y al mismo tiempo establece su anclaje en la realidad práctica, como una banda de rock. Nadie podrá negar que se trata de un verdadero trabajo honesto. //∆z