El cantante de Mi Pequeña Muerte reflexiona sobre la madurez, el cansancio ante ciertas costumbres del rock y el lugar que debe ocupar un  artista en la sociedad moderna, tópicos que atraviesan Alimentan los lobos, el nuevo disco de la banda.

Por Lucas González

Foto por Fede Berón

Podrían pasar años sin shows en vivo de Mi Pequeña Muerte. Diez, veinte o treinta, la cantidad es indiferente. Indistinta. Anecdótica. No los requieren, no los necesitan. El grupo puede vivir sin ellos. De lo que no pueden prescindir es de grabar álbumes. Eso, asegura Julián Perla, cantante, guitarrista y alma máter del proyecto, es indispensable. Necesario, innegociable. Cinco discos en quince años. Las canciones y el tiempo pasan, transcurren, se amalgaman. Por eso, Alimentan los lobos (2018), el quinto en la faena discográfica, es un retrato ideal del grupo, la foto a presentar. Menos pop que sus antecesores, pero con un sonido más pulido y con la impronta de siempre: la canción por sobre todas las cosas. La canción como respuesta a todos los males. El rock como todo llanto.

ArteZeta: Transcurrieron seis años entre la salida de Alimenta los lobos y su anterior disco, El Triunfo de la Paz (2012). ¿Qué sucedió en el medio?

Julián Perla: Muchas cosas. Mi hermano (Germán Perla), que es el baterista, fue papá. Yo también. Armamos familias de la nada. Musicalmente, en 2012 presentamos El Triunfo de la Paz y empezamos a tocar con Rosario (Bléfari). Fue bastante movido, le dimos ritmo a la banda. Todo terminó entre el 2014 y el 2015, cuando tendríamos que haber empezado a preparar un nuevo disco.

AZ: Pero…

JP: Yo estaba medio saturado de cierto ritmo, no por la música en sí ni por MPM, sino por los aspectos generales de la vida: fue un tiempo en el que estaba abordado y desbordado por esas emociones. Si bien no fue un impasse, algo de no vernos, al instante todos planteamos la posibilidad de no salir a tocar.

AZ: ¿Cómo asumiste esa situación?

JP: Siempre fui un bicho de estudio, es el lugar donde más vivo y el que más me gusta. Además, en ese momento sentí que la noche tenía un ritmo y un desgaste que ya no me daba nada. Lo venía haciendo desde los 15 (hoy tiene 40), cuando formé mi primera banda. Todos esos años pasaron por tocar sábados y viernes.

AZ: Hasta que te cayó la ficha…

JP: Es lógico que en algún momento quieras pasar de nivel. A otra cosa. Empezamos a rechazar las fechas que nos ofrecían, nos olvidamos de darle agua a la banda por fuera de nuestro interior. Ocurre que cuando las cosas se dan de forma natural y te guía la pasión por lo que hacés, vos vas. Pero cuando uno empieza a remar en ciertas situaciones que no le interesan, como lidiar con los dueños de los boliches, después de muchos años, te puede cansar. Si aparece esa sensación, ya está. Aparte nunca pensamos esto como una carrera, entonces jamás podría seguir esa lógica.

AZ: En una entrevista utilizaste el término “paseo”. ¿Sigue vigente?

JP: Claro. Porque esto no es una carrera. Aunque, en algún momento, de más joven, tuve la expectativa, pero fue a los 15, hasta que el primer boliche nos hizo vender cincuenta entradas para poder tocar. Fue mi último momento de ingenuidad con la música. Nunca lo vi de esa manera, de hecho, trabajo de otra cosa, y por suerte tengo la posibilidad de hacer discos, que me encanta.

AZ: Pese a la falta de planificación mantuvieron una continuidad.

JP: Somos una banda que tiene quince años, que sigue haciendo discos y despertando interés. Pero se armó con trabajo, a través de la música y de forma natural. Siempre repito que es más probable que dejemos de tocar en vivo, pero que seguiremos grabando discos. No puedo dejar de hacerlo, desde aquella vez que me compré el primer portaestudio, toda mi vida pasó por ahí. Me puedo cansar de un montón de otras cosas, pero no de eso.

AZ: En referencia a la producción, el primero que hiciste en solitario de MPM fue El triunfo de la paz. ¿Cómo lo ves en retrospectiva?

JP: Me encanta. En general, me gustan todos, en especial desde un Futuro brillante (2009) en adelante, cuando el sonido empezó a estar más cercano a lo que deseaba. Ahora bien, Alimentan los lobos me parece nuestro disco menos pop, si bien siempre hacemos canciones, algo que está claro.

AZ: Casualmente, en Twitter se definen como una “banda de rock y amantes de las canciones”. ¿Qué representa esta denominación?

JP: Canción son los Beatles, pero también los Stones: está la estrofa, la melodía que te gusta y el estribillo que te la pone. Mi Pequeña Muerte es eso. Igual, lo de los géneros lo digo más de memoria que por convencimiento. Lo que pasa es que si digo rock canción, nos entendemos. Después, no sé explicarlo muy bien. Pero es muy difícil que algo sea así y se mantenga. Nada permanece inalterable. De hecho, el arte se trata de eso: una búsqueda que puede terminar en cualquier otra.

AZ: ¿Y cuál crees que debe el rol del arte en la sociedad?

JP: Se me ocurre que el artista interviene (y es intervenido) por la realidad quiera o no. En definitiva, una obra siempre condensa una mirada subjetiva del mundo. Nunca me interesaron los artistas que parecen escribir con el diario en la mano. La mayoría de las bandas, en los inicios de mi pasión por la música, allá por los ‘90, tenían al menos una canción sobre indios, la dictadura, la Guerra de Malvinas, la policía. Tópicos que parecían obligatorios de abordar para tener cierta ética y conciencia, como un manual del rockero comprometido. Generé anticuerpos contra eso. Sentía que la repetición de “slóganes” vaciaban de contenido hasta las causas más justas.

AZ: ¿Cuál fue tu respuesta ante ese panorama?

JP: Prefería cruzar el conurbano para ver a Suárez o a Los Peligrosos Gorriones, en Cemento. Mi cabeza adolescente se refrescaba. De hecho, a mis catorce años al primero que escuché hablar de feminismo, tolerancia y respeto por la diversidad fue a Kurt Cobain. Recuerdo la leyenda que venía en el interior de In Utero (1993): “Si eres sexista, racista, homofóbico o básicamente un idiota, no compres este disco. No me importa si te gusto, te odio”. Por otro lado, me resulta extraño verme como un “artista”. Es verdad que escribo algunas canciones y saqué varios discos, pero también soy un padre que se levanta a las 7 para abrir su carnicería. No sé desde qué rol aporto más. Quiero decir, no hay manera de no involucrarse con la realidad, todo lo que escribo y hago está en mayor o en menor medida atravesado por eso, incluso en los sagrados momentos de evasión.

AZ: Mencionaste, además, que el arte es una búsqueda y en “Primavera en Saigón”, el primer corte del disco, cantás: “El viaje es siempre hacia adentro, a descubrir el oro interno”. ¿Cómo surge ese concepto?

JP: Es un llamado a romper con las normas y los estereotipos que tenemos instalados en el programa, no a mirarse el ombligo. Nuestras compañeras y su lucha también fueron una fuente de inspiración, la voz del viento rebelde que transformaba las sombras en campos verdes. Un amoroso mar en medio de este frío neoliberal, oligarca e insensible, contra el que hay que luchar, pero con poesía e imaginación, empatía… y algunas bombas molotov.

AZ: ¿Es necesario para un compositor confrontar sus ideas consigo mismo?

JP: Sí, ni hablar. Igual, cada vez que un músico escribe algo no tiene por qué ser una declaración. A veces, el debate mismo aparece en la canción, o en dos del mismo disco. Están adentro, son intangibles.

AZ: Es así que en “Balas de plata”, por ejemplo, exteriorizás una figura cuando decís: “El horizonte hoy está más cerca que el amor”.

JP: Es fantástica la cuota que hay de inconsciencia cuando uno escribe. Es mi manera de encararlo, empiezo a hilar palabras y aparece una frase. Aunque, con este disco, a diferencia de El Triunfo de la paz, me puse anclas para hacerlo, imágenes. Puntos de abordaje para escribir la “historia”.

AZ: Repasaste el proceso, pero no el por qué. ¿Para qué escribís? 

JP: Me sería imposible vivir sin hacerlo. No sé qué lugar ocupa, pero me costaría un huevo no escribir, sea con mayor o menor pulsión. Hay algo que sigue pasando cada vez que empiezo con una melodía, que me gusta. Escribir es jugar. Es eso. Además de sacar cosas, se da algo lúdico, de mucho placer, como cuando uno era chico. Solo lo comparo con ese momento. Por eso me parece muy rico que suceda algo con lo que hacemos. Me sigo sorprendiendo con esas cosas. Nunca me voy a acostumbrar a eso. //∆z