A propósito de la presentación de Best Seller, su nuevo disco, el último viernes en Niceto Club, algunas derivas sobre el cantautor cordobés que viste a la canción pop con traje de reggaeton, trap y electrónica

Por Pablo Díaz Marenghi

Fotos por Jesica Giacobbe

Juan Ingaramo supo hacerse un lugar en la escena pop contemporánea. Primero con su notable primer disco (Pop Nacional, 2013), donde recurrió a un sonido electropop refugiado en teclados, sintes y programaciones con guiños a ritmos ochentosos. Su voz siempre estuvo al frente porque, este hijo de músicos y multi instrumentista, se construyó por sobre todas las cosas como cantautor. Sin olvidar, por supuesto, al rock que formó parte de su educación sentimental. En Músico (2014), su paleta de sonidos se amplió e incorporó invitados de lujo (Adrián Dárgelos en “Matemática”, un verdadero hit). En 2018, el cordobés decidió tomar un carril alternativo dentro de la autopista del pop. Más bien, decidió construir uno propio a partir de un coqueteo promiscuo con la llamada “música urbana”: trap, reggaeton y ritmos latinos se fundieron con chispazos de funk y soul. Más que nunca, Ingaramo lanzó una invitación al baile desenfrenado cuyo origen podría rastrearse no en discotecas, donde impera la música electrónica, sino en sus coordenadas internas que limitan con el cuarteto, el fernet y la bailanta.

Si un advenedizo hubiera pasado por la puerta de Niceto Club minutos antes de la presentación oficial de Best Seller, podría haberse confundido con la fila para ingresar a cualquier boliche palermitano. Aroma a perfume importado, maquillaje, alisado permanente y ropa de feria americana cool eran algunos de los componentes del ecosistema. Primer cliché recitalero que se resquebrajaba: el público no era el habitual del rock. Más bien, la apariencia era la de una fiesta, y tenía sentido. El músico y su banda provocaron el movimiento perpetuo de los presentes.

Las voces del público, en su mayoría jóvenes veinteañeras, opacaron por momentos al propio Ingaramo. Baterista por naturaleza, una segunda bata se encontraba a un costado de su banda, conformada por batería, guitarra, programaciones, sintes y coros, destacándose Emme (Mariela Vitale), quien aportó su habitual caudal vocal que remite al soul y al funk. El comienzo fue  hipnótico con “Lo de adentro” y luego se volvió introspectivo con “Comodín” y su estribillo irreverente y desfachatado que alienta a aumentar el autoestima luego de una ruptura amorosa: A partir de hoy, me quiero a mí mismo más que a vos. Mientras tanto, los punteos funkies de una guitarra cortaban en dos una atmósfera en donde predominaba lo rítmico por encima de lo melódico.

Se conoce como “música urbana” a la música negra popular contemporánea que incluye al rap, hip hop, soul y hasta al rhythm and blues. Esto, de la mano de efectos como el auto-tune y programaciones digitales, ha alcanzado en el trap su pico de popularidad en el sector joven/adolescente. Artistas como Duki o Paulo Londra rompen todos los rankings de Spotify, llenan estadios y aparecen en tapas de revistas que solían dedicarse a cubrir meramente la escena rock. Ingaramo, siempre atento a los sonidos en boga, opinó en una entrevista al diario La Voz del Interior: “considero fundamental alinear la obra a la era en la que uno la genera, pues inevitablemente es y será hija de ella. Esto no significa subirse a las modas o tendencias, sino apropiarse de los estímulos estéticos, volverla materia prima y buscar así traducir en música lo que vive la sociedad, siempre con responsabilidad artística y generacional”. Dicha intención se manifestó en plenitud en su último disco y en sus reciente shows (Festival Nueva Generación, Niceto Club). Ingaramo va y viene del trap al rock, del pop a la electrónica y hasta incluso al reggaeton más propio de artistas como J. Balvin, que apelan a sonoridades más sofisticadas y elegantes que aquel “Dame más gasolina” del primer Daddy Yankee.

Transpirar, danzar: tal es la sensación que crea el ritmo producido por Ingaramo y su banda. Sobre el reggaeton, Ingaramo cuenta que lo que más le interesa es “la arquitectura del beat, lo que genera en la pista y en la gente”. Tal es su eje hoy en día. En el escenario se lo vio, por momentos, como un frontman. Otras veces, casi como un sex symbol o un ídolo teen, mientras recibía los “te amo” de la platea femenina. Hubo momentos para el reposo y el minimalismo cuando el telón se cerró y el artista quedó sólo con un piano. Allí recurrió a sus primeras canciones y a “Por lo que yo te quiero”, cover de su querido Rodrigo, a quien también homenajea en Best Seller con “Fuego y Pasión”. Otra muestra de su actual romance trapero se dio con los invitados: Dakillah y Ca7riel en “Fobia”, y Louta en “Ladran” –quien se robó los aplausos fervorosos del público, en una clara muestra de que es otro de los nuevos artistas más destacados de los últimos tiempos– provocaron la ovación del público y, sobre todo, contagiaron energía. Si hay algo que el trap demostró es el vigor y la fortaleza que demuestran en la actualidad.

A partir de la ampliación del freestyle a barrios y plazas, de la consolidación de circuitos como El Quinto Escalón” o las “peleas de gallos”, dicho subgénero se ha consolidado como la banda sonora de la juventud actual y ha provocado adeptos y detractores en partes iguales. En el caso del cantautor cordobés, su uso y desuso de dichos sonidos plantea una transgresión que puede sonar expulsiva o hasta oportunista (él mismo se ríe de esta posibilidad en la letra de “Hace calor”: dicen que no soy el mismo / que esto es puro oportunismo / quieren que escriba gilada / puede ser, puede ser). Ingaramo parte en un sentido, lo abandona y vuelve a él. Algo similar a lo hecho por otros contemporáneos que tomaron al rock como punto de partida para deformarlo y volverlo aún más bailable que contemplativo, como Simón Saieg, Francisca y Los Exploradores y el antes citado Louta. Voces que no le temen al mestizaje y que, del mismo modo que intenta hacerlo Damon Albarn en los últimos discos de Gorillaz, producen la banda sonora para la pista de baile del apocalipsis mundial contemporáneo, en tiempos de post-verdades y neo-derechas que crecen a pasos agigantados.

El show cumplió sus expectativas con creces. Con una puesta en escena luminosa, a base de cintas color plateado que se entrelazaban por detrás de los músicos, los asistentes bailaron y cantaron a los gritos. A pesar de esto, Ingaramo incurre en una dificultad al jugar y experimentar con los sonidos de la época, corriendo el riesgo de volverse prisionero de su propia contingencia. Es decir, los ritmos de moda de hoy podrían no estar mañana. En otras palabras, convertirse en una rebelión institucionalizada.

Desde el título de su nuevo disco (que hace referencia a un éxito de ventas) y su arte de tapa (en donde Ingaramo posa vestido de gala sobre un fondo liso amarillo, aunque , en un plano más amplio, se vislumbra una puesta en escena patética), parecería estar riéndose de “las mieles del éxito”. Sobre esto se expresaba también en el diario La Voz: “los plays, las views y los followers sólo existen cuando tenés 3G, señal o wifi. Te quedás sin batería en el celu y no hay nada. La verdadera transcendencia del arte, intuyo, responde a otro análisis que lejos está de los números”. El artista parecería plantearse otros objetivos que van más allá de integrar las listas de los más reproducidos. Más bien su brújula apuntaría a formar parte de aquella lengua universal que cita en sus letras. La de “la calle, el baile, la vida real”. //∆z