El octavo disco de Foo Fighters los encuentra en una situación inédita: subordinando su sonido a un concepto. Un cambio curioso que termina resultando un fracaso, pero uno de lo más interesante.

Por Santiago Farrell

“Hay lugares que no recuerdo”, canta Dave Grohl en “In The Clear”, sexto tema del nuevo disco de Foo Fighters. Una lectura sencilla indicaría un simple caso de olvido, o quizás una alusión a “In My Life” de los Beatles. Pero en realidad es una ironía que Grohl cante eso justo en el único disco de la banda donde al menos debería recordar ciertos lugares.

Es así porque Sonic Highways presenta algo inédito en la carrera de los Foo: un concepto. Cada una de las ocho canciones fue compuesta y grabada en una ciudad estadounidense distinta, con la idea de que tanto el sonido como las letras —hechas por Grohl a último momento para reflejar las impresiones que cada urbe le dejó en su estadía— reflejen el espíritu de cada ciudad visitada, armando una especie de mapa rockero de EE.UU. Pero lo verdaderamente destacado del álbum es que, voluntariamente o no, obliga a esta banda muy esquemática a abrir el juego.

Sucede que Sonic Highways altera las variables del sonido Foo. Desde la consolidación de la formación actual, sus discos siempre se clasificaron por el binomio fuerte/tranqui: There Is Nothing Left To Lose (1999) era predominantemente baladero; In Your Honor (2005) tenía un disco para cada cosa. Wasting Light (2011) agregó a un tercer guitarrista y consolidó con éxito al grupo como estandarte del hard rock más tradicionalista. Pero acá la potencia es secundaria; de hecho, casi todo el disco es bastante chato. El foco está en subordinar el sonido a ese concepto, lo que lleva a un curioso trabajo de adaptación.

“Something From Nothing” lo deja bien claro desde el arranque. Configurada según el modelo del crescendo lento, la canción descoloca al oyente con lo que tira hasta llegar al inevitable estallido: una guitarra que suena como si Johnny Cash hiciera una versión de “The Pretender”, un desvío funk con teclados onda Stevie Wonder y una explosión de guitarras totalmente anticlimática donde la banda parece freírse en aceite más que liberar energía. Es un desarrollo extendido, pero también insólito. De aquí en adelante todo se pondrá más raro, por momentos directamente desconcertante, pero de alguna manera nunca se perderá del todo el interés, incluso sin funcionar.

Como sabe cualquiera que haya escuchado The Wall, darle todo el poder al concepto va en detrimento de la música. En el caso de los Foo, la formación de Wasting Light está diseñada para romper todo, no para ínfulas progresivas ni para la mescolanza de estilos. Pero la banda lo intenta igual con fervor encomiable, y el resultado es un Frankenstein a medio camino. Casi todos los temas se prolongan demasiado, como el riff ad eternum de “Outside” o la sucesión de yeites guitarreros de “Congregation”. La impronta de cada ciudad en letra y música, más allá de alguna alusión demasiado obvia, queda sepultada bajo capas de guitarras subempleadas. Y “I Am a River”, cierre en clave power ballad, es sencillamente un desastre, más trillado imposible, con una orquesta lacrimosa sobre el final y todo.

Pero en sucesivas escuchas, cuando por fin uno deja de pensar en términos estrictamente Foo, Sonic Highways va generando una mezcla entre perplejidad y fascinación por las curiosas decisiones que toma la banda. “Congregation” interrumpe la serie de yeites colgando una guitarra en acople y sumando otra que parece salida de un disco de swing, que cambia la melodía de mayor a menor, pero revierte todo en el final. “Subterranean” flota durante seis minutos en una especie de bossa nova lennoniana y acuosa, que transita sin picos de intensidad y termina recordando ¡al Pez de Folklore! Y está “What Did I Do?/With God As My Witness”, que expulsa a patadas cualquier etiqueta. El tema arranca como un final en falso de “Congregation”, adquiere forma de balada con piano, pasa a un sector con tintes country, un segmento hard rock y en el medio retorna de forma bizarra al stop-start del principio, esta vez para desembocar en una especie de versión berreta de Kansas que se va en fade out, como si la banda no hubiera encontrado forma de cerrarla. Es totalmente disfuncional y fascinante al mismo tiempo.

Quedará en el oyente decidir cuál de esos dos adjetivos prevalece. En última instancia, Sonic Highways es un híbrido que al concentrar a Foo Fighters en sus puntos débiles (las letras, duraciones largas y excursiones constantes fuera del hard rock) los hace trastabillar, pero de alguna manera la cosa no colapsa del todo. Si se trata de un disco de transición, la banda tendrá que repensar muchas cosas, pero han mostrado una apertura impensada para una banda tan tradicionalista. A veinte años de su fundación, puede que la falta de memoria de Grohl los termine llevando hacia tierras desconocidas.//z

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