La segunda novela del escritor chileno editada en nuestro país –esta vez por Marciana- destruye el tiempo para intentar comprenderlo: la biografía de una ficticia eminencia de la literatura trasandina propone un ensayo oblicuo sobre el oficio del escribir.

Por Agustín Argento

“¿Qué es el tiempo? Un misterio omnipotente y sin realidad propia. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero, ¿acaso no habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¡Es inútil preguntar!”. Menuda reflexión lanza Thomas Mann en su cosmovisionaria La montaña mágica, que Diego Vargas Gaete retoma en El increíble señor Galgo, primera publicación de la flamante Editorial Marciana.

Ese abordaje a lo infinito e indescriptible que resulta el tiempo es un tema que atraviesa a la literatura, encontrando en Jorge Luis Borges y al citado nobel alemán como algunos de sus exponentes en el siglo XX. También, de forma lateral, otros escritores de renombre se mofaron de los límites temporales, ya sea por los cambios físicos de sus personajes, como Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey, o en narraciones con variantes fantásticas (El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares, por citar un ejemplo).

Gaete ofrece una pista cuando, en la voz de Galgo, escribe: “Caminar en línea recta es el camino más corto para extraviarse”. Será por ello que el texto salta sin muchas explicaciones entre los años 2610, 2013, 1994, 1976 y 2025, sin que en ninguno de ellos se note una característica propia de la época. Ni siquiera el estilo narrativo da giro alguno, más allá de que sí se mete en la voz de los personajes que hablan manteniendo, de todas formas, una postura propia que remite la pluma a la misma mano que la mueve.

Vargas Gaete directamente destroza la construcción temporal al reconstruir la vida de Antonio Galgo, un personaje ficticio que marcó un antes y un después en el ser nacional chileno, que, entre varias actividades, escribió una única novela. A Gaete, autor de La extinción de los coleópteros (Momofuku, 2014) no parece importarle mucho la cohesión y la coherencia entre un año, un estilo narrativo y la verosimilitud. El increíble señor Galgo no es un libro de literatura fantástica, aunque las variaciones en el tiempo así lo insinúen. Esta novela de 143 páginas interpela sobre qué es ser un artista, qué toma la sociedad de esa actividad y qué es lo que queda en la memoria.

“La literatura nunca me ha convencido del todo”, escribe uno de los personajes que conoció a Galgo en este ensayo sobre la vida del personaje. El mismo Galgo, en su única novela y en su diario, también nos dice: “Ser escritor es ser nada”, o “los libros jamás van a cambiarte la vida”, o “frente a ellos [los próceres] la literatura es un mal chiste” e incluso “ya quisiera yo que la plata zumbara en mi cuenta bancaria”. Un ir y venir entre la frustración histórica y económica en la que vive un escritor. Tanto en los que no llegaron a la fama como en los exitosos, siempre, existe esa duda. Vale recordar a Abelardo Castillo en Ser escritor: “Un hombre que dedique toda su vida a casi cualquier cosa puede llegar a ser una eminencia de algún tipo. Dedicarse toda la vida a escribir novelas sólo garantiza dolor de espalda”.

En la novela, un profesor de Galgo ofendido por una mención hacia él escribe una carta en la que desmiente lo vertido por su ex alumno y afirma que lo escribió “desde la rabia y el rencor”. Y aquí se encuentra otro pilar sobre el cual, según Gaete, se construye un escritor. Además de contarnos, recurriendo a testigos, sobre los avatares de Galgo en esa sinuosa y desconcertante vida que llevó, nos dice que un artista trabaja desde sus entrañas y que son sus tripas las que hablan porque lo hace, justamente, “desde la rabia y el rencor”.

En ese ir y venir temporal, también se nota el “enfrentamiento constante del hombre adulto con los fantasmas de su niñez” -como señala Galgo-, llevando a todos sus personajes a tener reflexiones o comentarios de cuando eran chicos. No debe ser caprichosa esta elección. Los primeros años de la vida dan forma a una persona y eso es lo que Gaete intenta hacer con Galgo y la sociedad: modelar a un personaje que, en cierta medida, quiso trascender por su literatura y sus proezas, pero quedó en la historia por una personalidad extravagante. “Será un abogado calladito, pero letal”, lo sentencia el anuario del colegio San José de Temuco, pero, a pesar de que Galgo no cumplió con ese mandato, lo marcó, como se puede ver en el texto, para toda su eternidad.

Así, la convivencia con una abuela lesbiana que es perseguida por los militares es un ejemplo recurrente de su temor de niño, reflejado en su propia definición del miedo: “Algunas noches explotaba una bomba en el cerro Ñielol, se caía una torre de alta tensión y todo Temuco quedaba a oscuras. Al rato surgía el traqueteo de las cacerolos en señal de repudio al gobierno de facto. Eran gritos de metal provenientes de barrios lejanos. Cada vez que los escuchaba me acordaba de las películas de vaqueros y pensaba en tambores indios sonando entremedio de las montañas; el aviso de la próxima muerte de un ingenuo que había entrado a tierra de nadie, sin saber que pronto perdería la piel.” Esa referencia a la dictadura, los desaparecidos y el genocidio trabaja como sal que saboriza al texto. No es la esencia, pero sirve de disparador para que el lector encuentre un gancho que le acerque a ese miedo del que habla Gaete a través de Galgo.

La referencia al mercado del libro y al consumo de las masas tampoco se ausenta en El increíble…. Si se habla de la vida de un escritor,  por qué dejar de lado la explotación de su imagen. Así, la novela de Galgo es transcripta por medio de sus “borradores”, pero, sin embargo, la “biografía” propuesta por la novela lleva la estampilla de “best seller”, como para demostrar, aún más, esa superficialidad a la que se deja caer a los artistas: desde un Borges reducido a sus sentencias, hasta un Helmut Ditsch descripto por medio de sus millonarias ventas de cuadros.

El increíble señor Galgo es, como para burlarse una vez más del tiempo, una novela circular que empieza y termina, justamente, con la palabra partida, a la cual Galgo define: “En mi infancia tenía una raya hecha con tiza. Desde ella salían los incipientes atletas. Era el principio de la derrota o el primer trago de la dulce victoria”. Esa victoria o derrota es la que se intenta dilucidar, aunque como señala uno de los personajes del texto –al modo del Hans Castorp de Thomas Mann-: “A los finados hay que dejarlos tranquilos”.//z

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