El dúo francés apuesta con su último disco a coronarse como una de las bandas del año en el cerrado circuito del rock. Random Access Memories se convirtió en la aparición discográfica más comentada de las últimas semanas y en donde la crítica caníbal no ha podido hincar sus colmillos.

Por Pablo Mendez

Herederos de Kraftwerk, estética y musicalmente, y con veinte años de carrera, los Daft Punk condensan sus genes electrónicos en el casi inaccesible mundo de la música negra: el soul y el funk en una orgía de sintetizadores. Además del talento de Homem-Christo y Bangalter, Random Access Memories cuenta con invitados de lujo: Giorgio Moroder, Nile Rodgers, Julian Casablancas y Panda Bear. Los comienzos ensalzados en el house y la posterior incursión en el synth pop de finales de siglo devinieron en un bajo atronador que no solo marca el ritmo sino que entabla melodías secundarias, en guitarras de pulso infinito, en voces antojadizamente filtradas por sintetizadores y baterías y loops registrados con precisión absoluta.

El disco comienza con “Give Life Back to Music” que con una intro empecinada en parecer sinfónica se convierte en un rasgueo frenético de guitarra con aire funky. Otrora podría parecer la base para escuchar al mejor Prince. “Get Lucky” y su prepotencia funk se alista en la misma sintonía.

En el segundo track, “The Game of Love”, el bajo preciso de Nathan East acuna una voz cadenciosa en concordancia con una melodía de soul con adornos melódicos cercanos al pop, un orgasmo dulce y melancólico al estilo Sade.

“Giorgio by Moroder” es un homenaje al gran maestro de la música tecno de origen italiano, Giorgio Moroder, compositor y productor de Donna Summer. El monólogo biográfico es del propio Moroder, acompañado de una música que culmina con un duelo de instrumentos: sintetizadores y un solo de guitarra como John Lord y Ritchie Blackmore salidos de una computadora.

“Within” es la nota lenta del disco, un piano que ensaya una melodía limpia y pura sobre una voz artificial que crea un oxímoron musical, un conjuro antagónico que funciona a la perfección, una canción simple que se transforma en un experimento llevado al riesgo de lo disonante.

En “Instant Crush” Julian Casablanca propaga el estilo que enmarcó su disco solista y dispone a su voz en una cruzada ajena que acompaña con gusto la presencia ochentosa. Una batería monótona y el fraseo que hace ver a Richard Marx como un niño llorando con el pañal mojado.

“Lose Yourself to Dance” no necesita de adjetivos sobrevalorados ni artificios analíticos: una simple canción dance, hasta se podría uno imaginar a un Michael Jackson (y sus tres voces) cantando este tema y arqueando su pelvis cada vez que Pharrell Williams canta el estribillo “Lose yourself to dance…”.

El séptimo track, “Touch”, proclama una intro masturbatoria secuenciada por Paul William, que comienza como en un musical de Broadway saltando histriónicamente de nota en nota hasta el letargo que modula el estribillo apacible; un final etéreo con cuerdas aladas, voces angelicales, sonidos virtuales llevados al paróxismo y nuevamente William sellando el hálito sexual que imperativamente ordena: “Touch”.

“Beyong” y su superpoblada sesión de cuerdas asemejan la intro musical del inicio de las películas, el león de la Metro Goldwing Mayer con rugido tecno.

“Motherboard” es contemporánea a los excesos de Radiohead o Atoms For Peace, misterio musical con distintas líneas de batería en paralelo, arreglos azarosos y un bajo que agazapado escupe tónicas como bombas molotov.

“Fragments of Time” toma el modelo que hizo ambiciosos a los Jamiroquai y lo explota con obsesiva precisión. Acid Jazz que enturbia la palabra cool para reinventarla, hacerla sofisticada y deshojarla quitándole los restos superficiales.

“Doin’ it Right” se repite en una frase mientras los Panda Bears acomodan sus voces como respuesta, fusión armónica que naturaliza en el presente los puentes vocales de la década del ochenta. Guiño expreso para entender las bandas nuevas.

“Contact” es la apoteosis de la culminación. El caos procesado matemáticamente. Un big bang encerrado. Una constelación de sonidos desordenados. Cambios de ritmo que intuyen la respiración de los siete jinetes del apocalipsis. Así se termina un disco, con una canción que se inmola así misma, la esquizofrenia musical en estado puro.

Los Daft Punk sacuden la escena musical, sin mezquindad, sin reparar en su historia reciente, sin falsos profetas que cual políticos neoliberales prometen más por imagen que por sentido. Random Access Memories o el disco que hay que escuchar para entender que no es necesario tocar rock para ser una banda de rock.//z

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