Mezcla de ensayo y narrativa, con estilo libre y subversivo, en su nuevo libro la dibujante estadounidense se pregunta por nuestra relación con las obras de arte y, sobre todo, por los elementos que utilizamos a la hora de contar una historia.

Por Raúl A. Cuello

Hasta este año, de la ilustradora Eleanor Davis (Arizona, 1983) solo se habían publicado dos libros en castellano: Stinky, el monstruo del pantano y Tú, una bici y la carretera. El primero trabaja desde las alegorías de seres sobrenaturales para alimentar la imaginación infantil y el segundo lo hace a partir de su propia experiencia como ciclista en un viaje que conecta a Arizona con Georgia y las peripecias que se desprenden de su derrotero.

En ¿Arte? ¿Por Qué? (Editorial Barrett, 2019) lo hace desde las preguntas fundamentales que surgen a la hora de formar un juicio en torno al arte. Siendo éste tan vasto, la voz que narra la historia comienza por una distinción de las obras de arte a través de su color, su tamaño y sobre cómo estas conversan con los espectadores, o sea, qué es lo que los objetos dicen de nosotros más que de ellos mismos. ¿Qué relación establecemos con las máscaras o los espejos? ¿Qué costado de nuestra subjetividad pueden llegar a revelarnos? Todo eso parece consultarse la autora en el desfile personal de símbolos.

Pero el libro no trata solamente de hacernos cuestionar qué representan para nosotros los objetos de ese mundo tan singular. Casi sin darnos cuenta vamos pasando de un caprichoso orbe de referencias conectadas por el humor de quien relata la historia de unos personajes que están en medio de una instalación. Así, nos vamos enterando de las ejecuciones que caracterizan a Sophia, a Richard, a Dolores, y a otros que la historia incluye no linealmente. Por un momento se hace foco en las aventuras de Dolores: debido a sus obras y al efecto que éstas producen sobre los visitantes, pasa de tener propuestas de matrimonio hasta furtivos robos en su propiedad; incluso es atacada por un tiburón, y ella le devuelve el golpe con agilidad. Aquí Davis nos hace entrar en la cosmovisión particular de un artista y en sus denodados esfuerzos por metabolizar su vida para resignificar constantemente su obra, para que ella no pierda el aura que la caracteriza.

A falta de giros de tuerca, Davis introduce un nuevo movimiento que se asemeja al de las matrioshkas rusas: a partir de una catástrofe de cotas bíblicas los artistas deben buscar refugio y lo hacen dentro de sus obras. Allí comienza otra historia que resignifica todo lo que veníamos asimilando a través de este elegante y divertido libro. Al concluirlo, queda la sensación de que, mediante habilidades varias (fintas gráficas, giros de sentido, aceleración de la trama y acumulación episódica), la ilustradora termina hablando menos de arte que de la pregunta clave que surge ante la idea de construir una historia; entonces el título, que se pregunta por qué el arte (el porqué de su existencia entre nosotros), trasmuta a cómo es una narración, es decir, cómo es que se hace para contar algo, no importa qué, simplemente lo que se nos ocurra contar. En una época en la que la búsqueda del tema se ha impuesto al de la construcción de la frase, Eleanor Davis subvierte los valores desde la imagen y el texto, desde la voz y la grafía. Casi una ofrenda flaubertiana que busca (y consigue) estimular la percepción de los sentidos. //∆z