En silencio y al costado del gran foco de atención del mainstream, Acorazado Potemkin lo hizo de nuevo con Labios del Río, su tercer disco que los confirma como la banda más potente del rock argentino en la actualidad.

Por Matías Roveta
Foto de Javier López Uriburu

En silencio y al costado del gran foco de atención del mainstream, Acorazado Potemkin viene construyendo desde 2011 una carrera sólida y reforzada, ahora, con tres discos brillantes. Mugre sacudió el panorama del rock argentino por ser un álbum que hacía honor a su nombre, a partir de un formato de power trío atravesado por la distorsión sucia, la potencia rockera, nervio punk, melodías tangueras y letras ingeniosas sobre amor y desamor: hoy, viendo las cosas en perspectiva, tal vez sea justo ubicarlo como el mejor disco local desde entonces. Remolino (2014) redobló la apuesta de ese sonido volcánico y abrasivo, con canciones para coleccionar sobre la lucha cotidiana de los trabajadores a bordo de un tren (“Miserere”) y focos de atención sobre lo fácil que es activar el fascismo latente en la clase media: “El pan del facho” sigue siendo hoy quizá la mejor canción de Acorazado Potemkin, un track oscuro que no pierde ni un ápice de actualidad para leer muy bien estos tiempos que corren en Argentina.

Labios del Río peleará su lugar entre lo mejor del año a partir de una nueva síntesis genial de esa furia valvular mezclada con la influencia del tango que Juan Pablo Fernández heredó de su paso por Pequeña Orquesta Reincidentes. Ahí está como prueba el primer gran corte del disco, “Sopa de alambre”, que respira sobre una melodía elegante cantada en un registro profundo y arrabalero de Fernández, que toca un riff arrastrado y un arreglo de guitarra que puede remitir a “Band On The Run” (la cita beatle reaparece en la versión post punk de “Dos de nosotros”) al tiempo que da muestras de su genio como letrista al describir a la soledad como tomar un plato de sopa de alambres.

Pero también es cierto que el sonido de la banda ha ido evolucionando y -más allá de que en vivo siguen despertando a la bestia rockera y son la verdadera aplanadora del rock and roll- hoy presenta matices que hacen que sea injusto seguir catalogándolos como simple power trío. “Flying saucers” tiene bastante de la dinámica loud/quiet porque empieza con un riff procesado y mecánico de Fernández que se ve reforzado por la descarga de los redobles explosivos de Luciano Esain alla Keith Moon (es tiempo de hacer justicia y ubicarlo como el mejor baterista argentino actual), pero enseguida el pulso baja y da paso a un mid tempo apoyado en unos punteos resplandecientes de Fernández junto a la sensualidad de la voz de Mariana Päraway y unos arreglos de flauta barrocos a cargo de Juliana Moreno; el majestuoso epílogo del disco es “Hablar de vos”, una marcha lenta que va creciendo en intensidad y podría remitir a las baladas de Richard Ashcroft a partir de su mezcla de guitarras eléctricas, arreglos de cuerdas y piano; “Humano” es casi la veta pop del disco con su riff luminoso de guitarra y un piano delicado (una canción que podrían haber firmado Los Tipitos o que desnuda a Manza Esain, con la impronta de Valle de Muñecas, como el productor responsable del disco) y “Soñé” es una canción de rock prolija y pulida que funciona muy bien a partir de su maridaje de guitarras eléctricas y acústicas. Como para no perder las costumbres, en el otro extremo de la paleta sonora de Labios del Río es posible ubicar el punk mugroso con tintes de Attaque 77 de “Roto y descosido”, y el rock con riff de guitarra filoso y acordes menores, línea de bajo penetrante de Federico Ghazarossian y golpes asesinos de Esain usando todo el ancho de su batería en “Haz de luz”.

Foto: Javier López Uriburu

 Hay muchos puntos altos en una obra pareja y sobresaliente. “Las cajas” y “Mundo lego” van casi de la mano y es un acierto haberlas ubicado en continuado en el tracklist del disco. Las dos posicionan a Juan Pablo Fernández como un letrista inspirado: si bien la letra de “Mundo lego” la escribió Josefina Saffioti como resultado de una serie de poemas propios, ese tipo de texto atravesado por el dolor cobra una poderosa dimensión en la voz de Fernández, el tipo que tal vez mejor describa el drama de una separación amorosa. Hermana menor de “La mitad”, la primera es una balada oscura que pone el foco en una mudanza forzada cuando todo se termina y es imposible levantar las cajas que pesan lo mismo que cuando uno llegó a esa casa lleno de ilusiones (como para exorcizar el dolor acumulado, ese que Fernández describe como el doblez en un papel que “ya no se alisará jamás”, la banda se eleva y descarga lava negra de distorsión amarga); por su parte, “Mundo lego” es también una balada aunque un poco más calma, y esta vez pareciera ser el interlocutor de la letra el que dice adiós: “Viernes a la tarde te mudás / Llevás tres vestidos, dos polleras negras, una musculosa, sandalias verdes, botitas puestas y bombachas sucias / Tupper con fideos, té, café, leche en cartón / Angustia en la cabeza, un nudo en el estómago y el deseo guardado en el bolsillo del pantalón”, recita en forma genial Fernández. La angustia de la ruptura reviste distintas formas a lo largo del disco y en “El rosarino” (una de las canciones que se fue cocinando al calor del vivo junto con, por ejemplo, “Dos de nosotros”), Fernández se permite algo de humor y un juego de palabras (“Para vos siempre voy a ser ‘el rosarino’ / Y vos, monumento a la bardera, reina del alcohol en gel”) a bordo de un rock acelerado que bordea al punk para hablar de una relación que parece condenada al fracaso. En la mencionada “Hablar de vos”, en cambio, no hay lugar para la risa pero sí para la nostalgia: la vida sigue su curso envuelta en la rutina (ir a trabajar, reunirse con gente, viajar o salir a comer), pero es imposible dejar de pensar en la persona que se fue.   

Como para reforzar esas ideas de Fernández, el bajista Federico Ghazarossian también hace su aporte en las letras del disco, entre otras, en canciones como “Humano” o “Haz de luz”. Es otro par de temas que también pueden dialogar entre sí y que presentan un juego de extremos interesante: la primera pinta imágenes poderosas con recursos mínimos en forma de poesía para señalar el supuesto final de un romance (“El dolor descansa en una flor, adiós (…) “Me dejó pintada la ilusión / Que va hacia las entrañas de la humanidad”) y la segunda deja abierta la posibilidad de que en realidad todo puede retomarse donde se dejó para volver a empezar (“Y así todo vuelve a suceder, no tenemos nada que perder”, canta Fernández). Para acentuar ese contraste la banda también apela a lo musical: mientras que “Humano” se acerca al pop, “Haz de luz” recupera el característico sonido de rock podrido de Acorazado Potemkin. La otra canción fundamental de Labios del Río es “Santo Tomé”, un rock en erupción que tiene algo de las viejas canciones de folk en su propuesta de narrar una historia de violencia, marginalidad y supervivencia a la orilla del Río Santa Fe: “El que no flota aprende a nadar”, canta Fernández mientras mezcla frases en guaraní y explotan punteos de guitarras calientes por doquier. Como dato de color la banda suma, además, una versión en plan rockero de “Semilla de piedra” de la compositora mexicana Lila Downs, que tiene una letra que encierra una gran metáfora: salir al mundo para buscar una verdad y luego volver al lugar de pertenencia a reencontrarse con los orígenes. El lugar de Acorazado Potemkin irá quedando claro con el tiempo: buena parte de lo mejor del rock argentino que está pasando acá y ahora.