En esta segunda entrega de nuestro especial, diez obras que abarcan los últimos veinte años y que, en muchos casos, plantean una apertura por fuera del género hacia otros sonidos clásicos y contemporáneos.

Por Juan Alberto Crasci y Gabriel Reymann

Foto de portada por Peter Beste

(Leé la primera parte)

Una FAQ sobre el género (¿qué es el black metal?) respondida a la manera de Saussure: digamos qué no es. La mejor manera de encontrar los rasgos constitutivos del género es contrastándolo con su primo el death metal: el metal de la muerte, a grandes rasgos, provino mayormente de EE. UU. y Suecia, pone el énfasis en temáticas gore, maneja afinaciones más graves, las voces son guturales y la expresión del mensaje se da a través de la destreza instrumental de los intérpretes, o sea el costado matemático y puramente mensurable de la música, como los ritmos o algunas escalas exóticas.

El black metal (sobre todo su segunda ola, que es desde donde empezó la primera entrega de este especial) proviene mayormente de Noruega, suele abordar temáticas de satanismo o paganismo, las voces son berreadas o chilladas y el aspecto tímbrico (valores lo fi de producción, distorsiones cutre, abundancia de reverb) se impone por sobre la pericia musical. Triunfa el costado más intangible de la música y se busca crear un mood.

Foto: Peter Beste

La voluntad de poder del black metal como género poco tiene que envidiarle al capitalismo: todo lo asimila. Es su propia búsqueda de atmósferas lo que le permite hacer cruzas con géneros preexistentes con esa misma inquietud. ¿O acaso grupos como Suicide, The Jesus and Mary Chain o My Bloody Valentine no utilizaban baterías electrónicas, reverb excesivo o ultravolumen para crear un clima? La generación post-2000 de black metal se sacaría de encima muchos preceptos de “pertenencia” y haría causa común con esa y otras vanguardias, como el kraut rock, Rock in Opposition, la psicodelia, el post rock o diversas músicas tradicionales no europeas. ¿Se inventaron nuevos colores de la nada? No, pero sí surgieron muchísimas tonalidades que imaginábamos inexistentes. 


Satyricon – Rebel extravaganza (1999)

El cuarto disco de los noruegos trae nuevos aires al sonido y a la composición de la banda. Rebel extravaganza se aparta de la tradición medieval vikinga para dar paso a las visiones de un futuro sucio y apocalíptico. Satyr y Frost, los dos únicos miembros fijos de la banda, viran el sonido del proyecto hacia lo que se denominó “black and roll”. La furia y la velocidad habitual del género se mixturan con largos pasajes instrumentales guitarrísticos, por momentos ambientales, por momentos muy gancheros. La presencia de los teclados se limita a pequeños aportes (por ejemplo ¡un Hammond! en el tema “Havoc Vulture”), dejando de lado la utilización opresiva que recreaba las adversidades climáticas de los bosques nórdicos. La producción del disco es sobresaliente: la rispidez de la guitarra (aguda, saturada de efectos) logra un equilibro perfecto con los graves del bajo y los tambores. Se destacan temas como “Tied in Bronze Chains”, “Filthgrinder” y “Supersonic Journey”. Juan Alberto Crasci


Mayhem – Grand Declaration of War (2000)

U otro tipo de tensión, como dijeran los Buzzcocks. Sí, a todos nos gusta “De Mysteriis…”, pero esta es la verdadera obra cumbre de Mayhem. Los noruegos echan mano a una batería de elementos ajenos a su habitual paleta para parir uno de sus discos más amenazantes –ergo, el salto al vacío funcionó–. Ritmos marciales, fraseos disonantes, sonido limpio de guitarras, el vocalista Maniac alternando entre recitados, gruñidos, rapeo, voces robotizadas y arengas de predicador, y algún toque de electronica/trip hop. En el camino posterior siguieron explorando riesgos con acierto (Ordo ad Chao, por ejemplo) pero este disco es un punto de inflexión, en especial para la posterior renovación proveniente de Francia. Gabriel Reymann

*Ver también: Mysticum – In the streams of Inferno (1996): una inyección neumática de EBM al black metal.

Beherit – Drawing Down the Moon (1996): black metal finlandés crudo, espacial y experimental al mismo tiempo.


Watain

Enslaved – Monumension (2001)

Los noruegos captaron la atención de los seguidores del black metal desde su formación, en 1991. Sus discos Vikingligr Veldi, Eld, Frost y Blodhemn son grandes exponentes de las habituales preocupaciones nórdicas: escribieron las letras en noruego, las temáticas vikingas recorrían las canciones y la instrumentación folk compartía terreno con la brutalidad back. A partir de Monumension el universo de Enslaved se expande: las líricas se vuelcan a temáticas astrales –compartidas por Borknagar, Vintersorg y otras bandas– y las canciones se vuelven difíciles de encasillar, complejas, vanguardistas. A la furia y la velocidad se le agrega la distinción compositiva progresiva, los constantes cambios de tiempo y de compás, pasajes melódicos limpios, guitarras con reverbs, delays, vocalizaciones limpias, teclados y órganos con tintes setenteros y rítmicas rockeras (escuchar los temas “Hollow Inside” y “The Cromlech Gate”). El camino progresivo se extremaría en los siguientes álbumes, subrayando para su escucha Isa (2004), Vertebrae (2008) y Axioma Ethica Odini (2010). Juan Alberto Crasci


Agalloch – The Mantle (2002)

Unos años antes de que el prefijo “post” hiciera causa común con la palabra “metal” –como sinónimo de postmodernismo, pero también de superación de esas barreras, al igual que con el post rock–, los nativos de Portland patearon el tablero utilizando todo lo que les interesara estéticamente, fuera música o no. Death metal melódico a la Dissection, black melancólico alla Ulver de Bergtatt…, folk (del nativo americano, pero también del dark folk europeo como Sol Invictus) y post rock cinematográfico cual Godspeed You! Black Emperor. Hablando de cine, también echaban mano de samples de films clásicos de Jodorowsky e Ingmar Bergman. Gabriel Reymann

*Ver también: Cobalt – Gin (2009): Hemingway, black metal intrincado y tribal, entre Tool y los Apalaches.

Horseback – A Plague of Knowing (2013): donde se encuentran Darkthrone, Faust, Wilco y Neil Young.


Watain – Sworn to the dark (2007)

Desde Suecia llega Watain, que con Sworn to the dark, su tercer disco, continúan el camino emprendido a fines de los 90, cuando se formaron. Los suecos se corresponden con la segunda oleada de bandas de black metal, que supieron exprimir al máximo las mejores cualidades de sus antecesores (Mayhem, Satyricon, Marduk –sus compatriotas, ausentes en este recorrido–) y acompañarlas de un sonido trabajado, producido, junto a una técnica muy depurada, que los acerca a lo realizado por Emperor o Enslaved. Se destacan las guitarras, que alternan entre la brutalidad y la tensión habitual del género, con un gran trabajo melódico, de riffs gancheros y las baterías, brutales, precisas, tanto en la velocidad como en los mid-tempos y en las partes más ambientales. Watain, dentro de la ortodoxia del género, supo abrirse paso y ser una de las referencias ineludibles de la nueva camada del black. Algunos de los temas destacados del disco son “Legions Of The Black Light”, “The Light That Burns The Sun” y “Sworn To The Dark “. Juan Alberto Crasci


Liturgy

Blut Aus Nord – Odinist: The Destruction Of Reason By Illumination (2007)

Con más de quince discos en su haber, es difícil demarcar una identidad precisa alrededor de la estética de la agrupación francesa comandada por Vindsval: abordajes dentro del género (black metal melódico, primitivo, industrial) o fuera de él (trip hop, o la experimentación amorfa e inclasificable de MoRT). Odinist destaca por su depuración, la producción a cargo de Jaz Coleman (Killing Joke) y la presencia de todos los elementos más desafiantes de su música: las atmósferas gélidas y su creativo uso de los samplers, las guitarras llevadas a un punto de disonancia que se asemejan más a la actividad de un enjambre que otra cosa y el particular concepto rítmico de la batería electrónica, lleno de desplazamientos y otros recursos que le quitan puntos de referencia –o comodidad– al oyente. Gabriel Reymann

*Ver también: The Axis of Perdition – The Ichneumon Method (and less welcome techniques) (2003): duo inglés fan de Tetsuo The Iron Man con un verdaderp talento para plasmar mugre auditiva tridimensional, sin nada que envidiarle a los mejores momentos de Skinny Puppy.

Pyramids – Pyramids (2008): el sueño de Brian Eno junto a U2 de “crear paisajes sonoros donde ocurra la canción”, pero aplicado al black metal.


Deathspell Omega – Paracletus (2010)

Es un linaje. La primera piedra la tiró Voivod –vía Beefheart, Van der Graaf y Faust–, el guante lo recogió Thought Industry y los frutos los recogió la escena mathcore estadounidense (y Deathspell Omega en Francia). Es la cristalización de una propuesta musical que refleja cabalmente al sujeto sobreadaptado de la Era de la Información y su multiplicidad de enunciados que se validan, anulan y vuelven a validar entre sí, traducida en un trabajo de melodías disonantes de guitarra que no dan respiro y el trabajo rítmico de una batería que va, viene, se rompe, se arregla y se vuelve a romper a través de innumerables cortes y cambios de ritmos, como enunciados. La labor lírica alude al satanismo –más desde la teología seria que desde el lugar del shock barato–. Este es su trabajo más depurado a nivel musical: guitarra, bajo (muy audible) y batería, no samplers at all. Gabriel Reymann

*Ver también: Alcest – Souvenirs du otre monde (2007): más renovación francesa, pero por el lado del crossover con el shoegaze.

Krallice – Interdimensional Bleedthrough (2009): grupo de luminarias under estadounidenses abogando por el maximalismo matemático dentro del género.


 Liturgy – Aesthetica (2011)

A veces como artista es preferible no explicitar tanto el marco teórico detrás de tus obras. La pretensión tras los manifiestos y declaraciones del guitarrista Hunter Hunt-Hendrix (sumado a los prejuicios de la comunidad metalera) resintieron la percepción acerca de los resultados de sus discos. Aesthetica es una expansión de la intensidad revulsiva del disco debut: las influencias de las sinfonías de guitarras de Glenn Branca (y sus discípulos en el rock, como Swans o Sonic Youth) e inclusive de Steve Reich se agudizan y obedecen a la búsqueda de una música, sí, ascensional. Por medio de formas estéticas habitualmente nihilistas (el black metal) se busca allanar el camino a la trascendencia. Consideraciones y elucubraciones místicas al margen, esto se trata de intensidad avasallante. Gabriel Reymann

*Ver también: Deafheaven – New Bermuda (2015): pibes indies de San Francisco fans en igual medida de Darkthrone, Mogwai y The Cure. Hipsters, pero con sustento.



Oranssi Pazuzu – Valonielu (2013)

Directo de Finlandia, uno de los exponentes más acabados del desprejuicio de la escena en la década que se va. Para muestra tomar “Vino Verso”, el tema que abre el disco: teclados propios del trance, los característicos berridos vocales del black y guitarras a puro twang alla soundtrack de Morricone. O su seguidor “Tyjhä Temppeli”, con un groove muy Tortoise. Ahí está una de las palabras claves para entender la propuesta grupal: una mezcla de ritmos que invita a mover el cuerpo (¡en sus comienzos se le animaban al dub!), viajes al espacio exterior, y la negrura que puebla a éste, claro. Gabriel Reymann

*Ver también: Aluk Todolo – Finsternis (2009): trío francés que busca interpretar el black metal según el espartanismo de Can y el disco de Faust junto a Tony Conrad.

Nachtmystium – Addicts: Black Meddle (2010): la primera banda que recibio el rótulo de “blackadelia”, por más que ya existiese Enslaved. A la influencia de Pink Floyd que blanquea el nombre se le suma la del rock gótico de los 80’s.


Jute Gyte – Ship of Theseus (2015)

El microtonalismo, en una explicación en exceso simplificada, vendría a ser la fisión de lo que habitualmente tenemos como unidades mínimas de intervalos en la música: los semitonos. Al no estar el oído ni físicamente ni culturalmente acostumbrado al efecto –que se puede confundir con la desafinación, al ser notas cuasi “móviles”, en desplazamiento–, la sensación que reciba el oyente puede ser shockeante. Si a microtonalismo le sumamos black metal (y, para peor, en este disco acompañado de percusión a medio tiempo, que puede ser más irritante que una batería a pura velocidad), la sensación de desestabilización puede alumbrar un estado psicodélico sin estimulantes. Un movimiento diálectico que vuelve irreal lo real, y viceversa. Gabriel Reymann

Ver también: Wold – Screech Owl (2007): quiero hacer cosas imposibles –batería loopeada (no tocada) sobre un (poco) fino colchón de estática, literal. Nada apto para oídos sensibles.

Xasthur – Telepathic with the Deceased (2004): el legado de Burzum aumentado y llevado a otras direcciones desde California. Chequear también sus colaboraciones con Sunn O))) y la discografía de Leviathan. //∆z